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¿Nuevos atentados?

11 de junio de 2025
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Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

En el momento de enviar esta columna, el pronóstico de salud del precandidato presidencial Miguel Uribe sigue siendo reservado y su condición es crítica. Las heridas de bala perforaron su cerebro. El cerebro de un hombre joven lleno de ilusiones, cargado de convicciones y con compromiso de país.

¿Quién ordenó atentar contra la vida de Miguel Uribe? ¿Será esta agresión la primera respuesta a las reiteradas como irresponsables invitaciones al “estallido social”? ¿El comienzo de otras de las muchas pesadillas que en su historia política ha soportado Colombia? ¿Consecuencia de lo que se mueve hoy en la Colombia agitada por el lenguaje del revanchismo, de la pugnacidad? ¿Fuerzas anarquistas y de extrema izquierda que han encontrado también en sectores de la extrema derecha lenguaje similar para incendiar un país que no ha podido salir de la enfermedad mortal de la violencia?

Sería una locura retornar el país a los días aciagos de la violencia partidista de los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando las diferencias se zanjaban a tiros en las calles y en el Congreso. Cuando se escuchaban las peores arengas para soliviantar las pasiones de una política sectaria. Violencia que no era no solo de los partidos tradicionales sino del comportamiento del Estado. Un Estado violento, hegemónico, que propició el único golpe militar que cuajó en el siglo XX.

Hoy en el debate nacional poco se sabe discrepar. Se desconoce que el disenso es parte de la polémica civilizada. Lo que se quiere imponer es la irracionalidad, el linchamiento físico y verbal. La rabia aflora en la polémica. Y ella es el condimento que se aplica desde las altas esferas del Gobierno. Es un país presidido por un mandatario que sigue divagando, como lo demostró con su incoherente discurso en la noche del sábado, mientras las noticias de la salud de Miguel Uribe no eran las mejores. Revolvía temas sin consistencia alguna. “Rabuleaba” sin lograr redondear ideas y sin poder salir de sus ambigüedades. Alardeaba de amistades con hombres asesinados que en vida a duras penas lo saludaron. Deshilvanado en sus palabras como deshilvanada y caótica ha sido su gestión de gobierno.

Petro dice que va a adoptar medidas para que el debate sea civilizado. De ser cierto, debería comenzar por desmontar sus provocaciones, germen de la violencia. Desactivar sus trinos explosivos. Comprender que un Jefe de Estado, más que un púgil, es un conductor, propiciador de consensos en medio de los disensos. Que como está dirigiendo al país, no cumple su función constitucional de ser factor de unidad y reconciliación nacional. Con su fuego verbal contra las instituciones democráticas, no abre sino que cierra caminos de confianza Y menos los traza rompiendo el equilibrio de los pesos y contrapesos, base del Estado de derecho. Imponer “decretazos” a zancas y trancas contra las opiniones de Cortes, órganos electorales y de control, mayorías del Congreso, es un suicidio. Su talante de autócrata difícilmente se ha visto en 200 años de historia republicana colombiana.

Ojalá el atentado contra Miguel Uribe no sea el comienzo de una cadena de atentados. Sería otro comienzo de la negra historia de crímenes políticos en Colombia.

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