Todos habríamos entendido si en medio de su infinito dolor, ellos hubieran elegido la ira, la ofuscación contra el mundo y el gobierno, las palabras violentas para esta sociedad colombiana sumergida en el terror. Pero no. Los familiares del senador Miguel Uribe Turbay le han dado una lección de amor al país, invocando oraciones y clamando por la paz.
“Quiero contarles que Miguel es un guerrero, sigue luchando por su vida, sigue dando esta batalla, está anclado a la tierra. El amor de nuestra familia lo mantiene unido a este plano terrenal, el amor de cada uno de los colombianos y sus manifestaciones han sido la fuerza que le ha dado a Miguel la batería para enfrentar los días más oscuros”, expresó su esposa María Claudia Tarazona a la salida del hospital, este martes, en Bogotá.
Con el corazón acongojado, pero en la misma tónica de ofrecer serenidad a una nación que arde por el conflicto armado y la polarización política, se pronunció el papá del congresista, Miguel Uribe Londoño. “En este momento tan difícil, en el que mi hijo Miguel está luchando por su vida, quiero dar las gracias. Gracias a quienes donaron su sangre. Gracias a los millones de colombianos y personas de todo el mundo por sus oraciones. Gracias a todos por sus conmovedoras demostraciones de afecto y solidaridad. Miguel, en medio del dolor y la consternación que nos embarga, ha logrado unir a este país en una sola voz que repudia a la violencia”, acotó.
El senador fue víctima de un atentado el sábado anterior, cuando participaba en un mitin político en el barrio Modelia de Bogotá. El agresor fue un sicario adolescente, quien está aprehendido.
Uribe Turbay se debate entre la vida y la muerte desde entonces, y su destino le recordó al país que nuestra violencia es cíclica, y que a veces se ensaña con alguna estirpe.
Su madre era Diana Turbay Quintero, una valiente periodista, hija del expresidente Julio César Turbay.
Ejerció su labor informativa en los tiempos del narcoterrorismo del cartel de Medellín, y como miles de colombianos, fue alcanzada por la mano negra de Pablo Escobar.
Su organización criminal la secuestró el 30 de agosto de 1990, intentando presionar al Estado para suprimir la extradición. Murió el 25 de enero de 1991 en una finca del municipio antioqueño de Copacabana, en el fuego cruzado entre los secuestradores y las tropas que intentaban liberarla.
Fue en ese aciago momento en el que la opinión pública conoció al pequeño Miguel, de apenas cinco años de edad, y se conmovió por su tragedia.
En periódicos y noticieros circularon fotografías de él y Diana, en momentos de ternura e intimidad.
Sin saberlo, el huérfano de madre se convirtió en un símbolo de las víctimas de la violencia, una metáfora que ahora persigue a su hijo menor.
“Ningún niño en Colombia debería repetir la historia que está viviendo mi hijo hoy, contar a sus cuatro años que su papá sufrió un disparo en la cabeza”, contó María Claudia.
Tras el asesinato de Diana, la sociedad le rindió amplios homenajes. Su nombre fue otorgado a un colegio, un parque y un barrio de Bogotá, donde además se instaló una escultura en su honor.
Bajo esa herencia de tenacidad, y con la vena política proveniente de su abuelo, Miguel Uribe se forjó una carrera en la esfera pública.
Una de sus principales banderas ideológicas ha sido la seguridad, justamente lo que más faltó el día del atentado en su contra.
Desde que se produjo ese infausto ataque, Colombia entró en un espiral de zozobra política y social.
De un lado, está la polarización exacerbada entre los seguidores de la izquierda y la derecha, que tiene bajo amenaza las elecciones legislativas y presidenciales de 2026.
Del otro, una escalada terrorista protagonizada por las disidencias de las Farc en los departamentos de Valle y Cauca, con cerca de 30 acciones criminales, desde sicariato hasta detonaciones de vehículos-bomba.
El clima social pareciera invitar al odio, y es allí donde se ha observado la resiliencia de la familia, en solidaridad con otras víctimas.
“Mi total amor, empatía, solidaridad, con todas las familias colombianas que hoy se despiertan con mi mismo dolor, con esa situación que no tiene nombre, todo mi amor y esperanza, construyamos juntos un propósito de vida, para que estas muertes y estos atentados, esta violencia, no solamente cesen, sino que tengan un propósito final: sanar a Colombia. Y para sanarla, tenemos que unirla”, invitó María Claudia ante las cámaras de televisión.
El principal refugio de sus seres queridos ha sido la oración y los mensajes de aliento.
“No paren de rezar, quiero que sepan que he sentido el amor de cada uno de ustedes. Con él me conecto desde el corazón y sabe lo que está pasando. Tenemos un propósito de vida y una causa que no debemos olvidar, el país está en guerra (...). Hago un llamado a cada uno de los sectores, a los grupos políticos, a los grupos armados, a que sanemos a Colombia, a que nos unamos”.
Al cierre de esta edición, Miguel Uribe continuaba luchando por su existencia en una unidad de cuidados intensivos. Una resistencia feroz, impulsada por los rezos de mucha gente que no lo conoce en persona, pero que a lo lejos ha seguido su camino, desde que su rostro apareció en los periódicos que anunciaban la pérdida de Diana Turbay.
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