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En Jericó, un español trotamundos sana cuerpo y mente con técnica milenaria de sonidos

Nacido en Alicante, Cristóbal viajó por África, Asia y América; con la Cruz Roja atendió guerras y hambrunas hasta que conoció Jericó. Ahora practica la milenaria sonoterapia.

  • En los cimientos del hotel, Cristóbal Gámez formó su centro de meditación donde realiza sonoterapia, terapias de relajación y conexión áurica. FOTOS camilo suárez
    En los cimientos del hotel, Cristóbal Gámez formó su centro de meditación donde realiza sonoterapia, terapias de relajación y conexión áurica. FOTOS camilo suárez
  • El hotel El Despertar es una mezcla de arquitecturas y culturas, que van desde la colonización antioqueña hasta el sello del Mediterráneo y el hinduismo. FOTO Camilo Suárez
    El hotel El Despertar es una mezcla de arquitecturas y culturas, que van desde la colonización antioqueña hasta el sello del Mediterráneo y el hinduismo. FOTO Camilo Suárez
  • Los cuencos tibetanos con los que trabajan Cristóbal y sus compañeros provienen de varias partes del mundo y fueron creados con diferentes técnicas industriales y artesanales, pero cumplen la misma función.
    Los cuencos tibetanos con los que trabajan Cristóbal y sus compañeros provienen de varias partes del mundo y fueron creados con diferentes técnicas industriales y artesanales, pero cumplen la misma función.
19 de julio de 2025
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La conversa se arma en un deck con vista a las montañas de Jericó, alrededor de una mesa para cinco personas con calentao y pan. Cristóbal habla escondiendo las des al final, provocando que las oes se estiren, y delatando en frases largas las elevaciones de un acento paisa adquirido. Es un hablao musical y lleno de imágenes que aclaran. También escucha hasta con los ojos. Pero en sus intervenciones nunca suelta conclusiones pretenciosas ni explicaciones sospechosamente redondas.

La forma en la que habla sobre varios temas es como si dejara una página abierta con unas cuantas líneas escritas y un espacio en blanco para que el otro sea el que continúe y concluya. De esa forma se las arregla para que incluso al hablar de cosas inasibles. La energía como elemento exógeno de las personas, los misterios del sueño o el funcionamiento del sonido como recurso sanador se convierten en conversaciones sorprendentemente prácticas.

Cristóbal Gámez nació en Alicante, en el Mediterráneo español. A principios de los 90 se marchó de su tierra y comenzó a trabajar con la Cruz Roja francesa, con ellos viajó por África, Asia y América; conoció de cerca guerras, hambrunas y desastres en Angola, Pakistán, Zimbabue, y también en Colombia. Aquí hizo labor humanitaria en la época de despeje del Caguán; en el terremoto del Eje Cafetero; en la cruenta guerra en el centro del país a inicios de este siglo entre el Estado y las Farc; fungió como enlace entre actores armados, secuestrados y familias. Estuvo en Chocó, Magdalena, Guajira y Cesar, entre 1998 y 2006. Su última misión con la Cruz Roja fue en el terremoto de Haití, en 2010. Entonces decidió no evadir más ese grito que desde dentro suyo lo urgía a acabar con la vida nómada y echar raíces en alguna parte.

Ya en ese entonces había conocido en Colombia a Pilar y pensaba con ella la vida a largo plazo, mientras recorrían el país en motocicleta. Cristóbal tenía entre ceja y ceja a Panamá, porque le permitía tener al continente equidistante para viajar en su nuevo empleo como directivo de una multinacional. Pero un paseo para conocer Jericó, en 2011, lo cambió todo. En una tienda de carrieles Pilar comenzó a hablar con una señora que le contó que si alguien tenía una emergencia odontológica a medianoche estaba jodido. Y Pilar, ortodoncista, convenció ese mismo día a Cristóbal de buscar casa para montar un consultorio en Jericó. La única casa disponible ese sábado en la noche cuando tomaron la decisión era una antigua ubicada un par de cuadras abajo del parque principal. Tenía un número de celular desgastado al que llamaron para citarse con el dueño al día siguiente. Minutos después de esa cita, ese domingo, ya eran sus dueños.

Esa misma casa sigue siendo el hogar de Cristóbal, Pilar y su hija, y es también un hotel llamado El Despertar. Pero estuvo a punto de ser nada.

La edificación es como una trompeta de ángel, la enorme flor de las brugmansias que cuelga elegantemente y expande su forma de arriba hacia abajo. Desde la acera se ve como una bella y sencilla fachada de la colonización antioqueña, de una sola planta, de una sola dimensión, pero al entrar se abre hacia abajo un universo arquitectónico de culturas, de formas y de estética.

La idea inicial no contemplaba un hotel, solo un lugar para vivir. Pero en una de esas pistas, de esas instrucciones que le son dadas, según narra Cristóbal, terminaron haciéndolo. Fue ahí cuando empezaron los problemas.

El hotel El Despertar es una mezcla de arquitecturas y culturas, que van desde la colonización antioqueña hasta el sello del Mediterráneo y el hinduismo. <b><span class=mln_uppercase_mln> </span></b>FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Camilo Suárez</span></b>
El hotel El Despertar es una mezcla de arquitecturas y culturas, que van desde la colonización antioqueña hasta el sello del Mediterráneo y el hinduismo. FOTO Camilo Suárez

El inmueble está sobre una quebrada subterránea que erosionó con paciencia y fuerza los cimientos. Al penetrar las entrañas de la estructura en medio de las obras descubrieron que, prácticamente, la casa estaba en el aire. El diagnóstico de uno de los principales ingenieros estructurales de Medellín que viajó hasta allí, casi con la voz quebrada, fue que había que demolerla. Pero Cristóbal no lo hizo. Se aferró a las soluciones in extremis que le ofrecía la ingeniería, la cimentaron en palafitos sólidos y después de diez años de paciente construcción crearon una edificación de cinco pisos coronados por la casa familiar; un hotel de tres plantas con 16 habitaciones, singulares cada una con formas y diseños que van desde la colonización antioqueña hasta la cultura mediterránea y varios pilares del hinduismo. En la raíz de esa casa y hotel, en lo que era antes un lodazal, está el centro de meditación donde Cristóbal y compañeros sanan con sonidos. Es un salón en el que la piel percibe frío pero se respira un aire tibio y que está custodiado por una piedra gigante con una cuidada geometría que se negó tercamente a ser cercenada mientras se adelantaban las obras.

Asentado en Colombia, Cristóbal comenzó a “salir del clóset”, como él llama al proceso con el cual descubrió eso que para entonces parecía vetado en su entorno: la aceptación de que, además de su cuerpo, su raciocinio y sus emociones, le hacía falta reconocer otro elemento vital para comprender mejor su existencia, para guiarla mejor: la energía. Así llegó, entre otros conocimientos, a la sonoterapia.

La ciencia detrás de la sonoterapia

La sonoterapia existe desde hace miles de años. Los cuencos tibetanos, por ejemplo, se pueden rastrear desde el siglo IX. Se basa en un principio sencillo: una serie de sonidos, ya sea con la voz o con elementos, que alcanza una sonoridad que es agradable, que genera una receptividad positiva en quien la escucha, como resultado de la combinación adecuada de los elementos acústicos; la propia voz, los cuencos, o también sonajeros y tambores, un gong o unas campanas.

Lo que descubrieron las culturas hace miles de años, chamanes y sacerdotes, es que al alcanzar esa eufonía obtenían una respuesta concreta en el cuerpo de quien tenían en frente, una respuesta mental que desataba una respuesta física.

Hace casi 220 años los alemanes fueron los primeros en buscarle la ciencia a esta práctica, y la encontraron. Los estudios que surgieron a partir de la primera década del siglo XIX ayudaron a comprender progresivamente cómo la vibración de un objeto, un cuenco tibetano en este caso, podía repercutir en otro objeto, como, por ejemplo, el cuerpo humano.

A ese principio se le llama resonancia simpática, y en el caso de la sonoterapia la ciencia fue descubriendo que en estados de relajación, calma y bienestar, las ondas cerebrales tenían una oscilación electromagnética con un rango de frecuencia de 8-13 hercios. Entendieron luego que podían poner a vibrar el cerebro en esas frecuencias con elementos externos, es decir, inducir esos estados de relajación. Lo que vino después fue una obsesión meticulosa por encontrar los materiales: metales como el cobre, el estaño, el oro y la plata; o la estructura atómica más precisa para formar los cristales más eficientes para crear estas vibraciones y tener respuestas más concretas, más efectivas en el cuerpo humano.

La ciencia en Occidente, explica Cristóbal, se centró en eso: en entregar el material más apto para crear respuestas fisiológicas en tratamientos de lesiones o trastornos de ansiedad. Pero se ha mantenido al margen de su uso, de su vinculación a las prácticas espirituales, de medicina energética como el Reiki, Yoga o las terapias de chakras. Y en esa especie de separación de cuerpos, el salón de Cristóbal es un territorio neutral. En la misma mesa están los cuencos elaborados con los más altos estándares de la industria alemana, y los cuencos tibetanos elaborados a mano en una montaña de España por una familia que conserva tradiciones milenarias. Y diagonal están sobre el piso los enormes gongs y los impecables cuarzos fabricados en Estados Unidos. Todos, dice y repite Cristóbal, sin importar su origen y fabricación, sirven para lo mismo:

–La sonoterapia es un atajo. Lo que uno necesita para encontrar el equilibrio es poner en sintonía el cuerpo, las emociones y la razón, que están dentro tuyo, y la energía que es exógena. Las respuestas para encontrar ese equilibrio están dentro de cada uno, lo difícil es encontrar la sabiduría para llegar hasta ellas. La sonoterapia te lleva a ese lugar por un atajo, no te lo has ganado, probablemente no lo mereces, pero te ayuda a llegar a esas respuestas que buscas.

¿Cómo actúa la sonoterapia en el cuerpo?

El salón está rodeado de úteros anaranjados. Los usan para las terapias grupales; familias o equipos de trabajo.

Natalia se adelantó y ya tiene todo dispuesto para una sesión elemental de relajación, una breve muestra de cómo opera la vibración y el sonido en el cuerpo. Natalia es una de las personas que guía Cristóbal actualmente. Otra de esas cosas que le llegó en sueños, como casi todo: lo que él busca, lo que quiere, lo que rechaza, lo que lo confunde. Ya sea construir un hotel; embarcarse en una fundación; dudar sobre ello y querer seguir con su vida práctica con su trabajo directivo; volver a convencerse en que su función es coexistir entre la vida práctica y la espiritual; pensar en expandirse hacia las montañas, en fin. Todo, dice, le llega en sueños y él solo se levanta a darle lenguaje escrito.

Hacer escuela, dejar que el conocimiento adquirido fluyera entre las personas que viven en Jericó y estén interesadas fue una de esas instrucciones que se le hicieron repetitivas. Así llegaron Natalia, Carolina, Melisa, Gonzalo, su propia esposa Pilar, Fredy, todos con su profesión aparte pero convencidos de la importancia de replicar eso que han conocido sobre la sonoterapia y otras prácticas. Fredy, por ejemplo, es piloto de parapente y se dedicaba desde antes a hacer meditación mientras fluía a través de las corrientes de aire con su ala de colores.

“Que mi energía gire y nada malo se detenga en mí”, mientras ese mantra se repite, un latigazo en al aire anticipa el zumbido metálico que inunda el salón y se sostiene con sutileza durante 50 segundos alimentado por tres golpes de un martillo coronado por una poderosa cabeza roja.

Los cuencos tibetanos con los que trabajan Cristóbal y sus compañeros provienen de varias partes del mundo y fueron creados con diferentes técnicas industriales y artesanales, pero cumplen la misma función.
Los cuencos tibetanos con los que trabajan Cristóbal y sus compañeros provienen de varias partes del mundo y fueron creados con diferentes técnicas industriales y artesanales, pero cumplen la misma función.

Es un proceso de limpieza que se complementa con un sahumerio que orbita alrededor del cuerpo.

La sensación del cuenco apoyado sobre la espalda es como la de unas manos frías extendidas que hacen presión con sus palmas buscando afirmar su presencia en el otro. Las vibraciones empiezan a transitar con cada cuenco que entra en contacto. El primer efecto perceptible es una conciencia exacerbada del corazón y el sistema respiratorio, es decir, las palpitaciones y todo el proceso necesario para inhalar y exhalar dejan de ser actos instintivos, mecánicos, y se vuelven por un momento en actos pensados.

Luego las vibraciones entran al cuerpo. Las ondas del movimiento circular del cuenco que reposa entre la zona lumbar y dorsal penetran y hacen que, por un momento, el estómago gire a ese ritmo.

La guía de Cristóbal, cuándo respirar hondo, cuándo soltar el aire, es en ancla. Por lo demás, ya la mente se mueve libre en un estado de relajación; piensa en una sensación de frío y en muchas tonalidades del azul, en el vértigo fugasísimo antes de lanzarse a un río o una quebrada, en unas escenas se lanza y en otras no.

Cristóbal empieza el proceso de reincorporación; pide pensar en un lugar en paz, en un gran lago en el que el cuerpo se sumerge lentamente y luego vuelve a asomar la cabeza, y es ahí donde pide abrir los ojos. Cada ritmo de ese ‘despertar’ es diferente, algunos se reincorporan rápido y livianos como después de una breve pestañeada; otros, como quien vuelve lenta y pesadamente de un ensimismamiento. En ese último caso, las manos frente a los ojos nuevamente abiertos parecen ajenas a ese cuerpo, son manos independientes, puestas ahí con cuidado únicamente para ser vistas. Con los segundos viene el reconocimiento de esas manos, se incorporan otra vez al cuerpo, los dedos entran en calor. Por una última vez no se piensa en nada que no sea ese momento, antes de pensar otra vez a futuro: en el almuerzo, en los trancones que habrá o no de regreso a Medellín, en la nota que esas manos tienen que escribir; en si el dolor terco que entró a ese salón pegado al cuello y ya no aparece volverá más tarde.

Cristóbal compró un pedacito de montaña en Jericó, dos lotes que juntos suman algo más de 13 hectáreas con las que espera ampliar su proyecto, dice, para que quien busque más respuestas a través de la sonoterapia, de las terapias de conexión con el ser, con la pareja, y otros procesos de meditación pueda encontrarlas. Será, dice, una tregua para unos y posiblemente una salida definitiva para otros de la lavadora del mundo cotidiano.

Lo cierto es que Antioquia empieza a convertirse en destino referente de sanación espiritual. Ya a las montañas de San Rafael llegan cada año miles de personas de Colombia y varias partes del mundo motivadas por la práctica del yoga y la meditación entre las montañas quebradas y los ríos calmos del otrora convulso municipio que vivió todos los flagelos de la guerra.

También puede ser que ahora, con esas pautas que le van dictando a Cristóbal, Jericó se convierta en lugar referente para sanar –o intentar sanar– el cuerpo y la cabeza con sonidos y energía.

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