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La escuela rural de Antioquia que tiene un museo dedicado al planeta

Queda en la vereda La Aguada, de Granada, con apenas 9 alumnos y una maestra, cultivan además una huerta, hacen canciones, podcast, periódico y hasta libros.

  • La escuela de La Aguada queda en la cúspide de una montaña a la que se accede desde la vía Granada-San Carlos por un camino difícil. Solo tiene 9 alumnos y una profesora. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA
    La escuela de La Aguada queda en la cúspide de una montaña a la que se accede desde la vía Granada-San Carlos por un camino difícil. Solo tiene 9 alumnos y una profesora. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA
  • La huerta, donde hay plantas medicinales con las que fabrican los jabones, champús y pomadas, fue el primer proyecto que se desarrolló en la escuela de La Aguada. Ahora están ensayando con un invernadero para producir alimentos de consumo en el restaurante escolar.
    La huerta, donde hay plantas medicinales con las que fabrican los jabones, champús y pomadas, fue el primer proyecto que se desarrolló en la escuela de La Aguada. Ahora están ensayando con un invernadero para producir alimentos de consumo en el restaurante escolar.
  • Los mismos alumnos son los guías en el museo. Cada uno tiene una parte del guión y orienta a los visitantes en alguna reflexión sobre el cuidado de la Tierra.
    Los mismos alumnos son los guías en el museo. Cada uno tiene una parte del guión y orienta a los visitantes en alguna reflexión sobre el cuidado de la Tierra.
hace 1 hora
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En la escuela de la vereda La Aguada, de Granada (Oriente antioqueño) sí importan las matemáticas y el conocimiento de la lengua materna o las ciencias sociales, pero la mayor prioridad la tiene el aprendizaje de cómo valorar y cuidar el planeta.

Esta es una construcción para nada moderna que en poco difiere del resto de las casas campesinas aledañas, en apariencia. Es poco visible en la cúspide de una montaña lejana a la que se sube dejando el último aliento desde desde la vía Granada-San Carlos por un sendero parte formado por unas escaleras hechas en piedras redondas y la otra mitad por un trocha más apta para mulas que para personas. La señal para no perderse es una antena de comunicaciones puesta en su predio pero que no tiene uso gracias a una lucha emprendida por la comunidad debido a las versiones del daño que este tipo de estructuras podría hacer a la salud humana.

La escuela solo tiene una maestra y nueve estudiantes, pero sorprende por la cantidad de cosas que hacen y por tener un proyecto a tono con las últimas necesidades de la humanidad. Posee su propio museo hecho entre la profesora, los alumnos y los padres de familia; una huerta experimental, una planta de potabilización de agua; editaron un libro y desde hace poco comenzaron con un nuevo proyecto de invernadero en un terreno montañoso aledaño para producir parte de las verduras que requieren en el restaurante escolar. Para completar, publican un periódico con temas ambientales dos veces al año y cada semana sale igualmente por WhatsApp un microprograma tipo podcast con esa misma temática, siendo la presentadora una risueña alumna de quinto grado.

Todo allí gira en torno a la formación para la conservación del medioambiente y guarda una coherencia casi absoluta. En ese orden de ideas producen jabones y champús amigables con el planeta, igual que cremas medicinales con las plantas que cultivan ellos mismos y muchas artesanías con materiales de desecho.

Gracias a todo eso, han ganado concursos y proyectos, y han tenido la oportunidad de mostrar su experiencia en varios escenarios regionales y nacionales. Igualmente, figuran entre las cinco experiencias más significativas de Antioquia que se hicieron bajo la sombrilla del programa Ondas y publicadas en un libro hace cuatro años.

Lo más importante es que las enseñanzas se han convertido en hábitos positivos en las familias y hasta se ven en toda la comunidad, donde las basuras ya no se botan ni se queman sino que se reciclan.

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Todo comenzó hacia 2015, cuando llegó la profesora Enoris Barco, una negra de Bahía Solano (Chocó) formada en la Universidad de Córdoba como licenciada en educación infantil y que recién se había ganado el concurso meritocrático para entrar al magisterio oficial. De ahí en adelante todo ha fluido más o menos de forma natural.

La huerta, donde hay plantas medicinales con las que fabrican los jabones, champús y pomadas, fue el primer proyecto que se desarrolló en la escuela de La Aguada. Ahora están ensayando con un invernadero para producir alimentos de consumo en el restaurante escolar.
La huerta, donde hay plantas medicinales con las que fabrican los jabones, champús y pomadas, fue el primer proyecto que se desarrolló en la escuela de La Aguada. Ahora están ensayando con un invernadero para producir alimentos de consumo en el restaurante escolar.

—Encontré solo tres niños y al principio me puse muy triste porque esa no era mi expectativa, pero le cuento que desde que llegué fue como una pasión positiva con la comunidad; vieron en mí como una bendición de Dios y yo los vi a ellos de la misma manera; eso también nos permitió hacer cosas –apunta. Eran tiempos en que la zona apenas estaba volviendo a surgir tras la arremetida de violencia que desocupó buena parte del Oriente antioqueño durante los primeros años del siglo XXI.

Así les llegó información sobre el Programa de Educación Ambiental (Preda) de Isagen y del Programa Ondas, de Colciencias, cuyo propósito es “desarrollar habilidades y actitudes científicas, tecnológicas e innovadoras en niños, niñas, adolescentes y jóvenes”. La pregunta que se hacían era qué iban a investigar, y la respuesta fue un proyecto sobre las plantas de la zona, que partía de cultivarlas pero además de profundizar con los mismos campesinos sobre sus propiedades curativas para resolver emergencias de salud mientras se podía acceder a un hospital, teniendo en cuenta que el médico si acaso acudía una vez al mes por esos parajes.

La fabricación del champú con sábila y romero empezó gracias a una receta que les enseñó un vecino e hicieron también sus primeros medicamentos naturales: una crema con eucalipto para la gripe, otra con árnica para los dolores articulares y otra más con caléndula que ayuda a cicatrizar.

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Primero los mostraron en el propio pueblo de Granada y luego pasaron a una eliminatoria departamental, en Medellín, donde su stand adornado a punta de reciclaje fue la sensación. Aunque no pasaron a la eliminatoria nacional, de ahí partieron invitaciones para ir a Cartagena y Bogotá, toda una aventura para niñas y niños de la ruralidad.

Con la canción ‘Un canto al planeta’ la escuela ganó también en 2018 unas olimpiadas de acciones positivas por el cuidado del medioambiente que hace la Corporación Autónoma Regional del Oriente Antioqueño (Cornare).

Invadidos de entusiasmo, en 2019 se les ocurrió editar un texto escrito que recopilara su experiencia, con parte de los temas musicales y las poesías hechas en conjunto –con mensajes ambientales– y a la vez es un compendio de los hallazgos hechos sobre plantas medicinales; la publicación fue en 2022 y su título es ‘Saberes populares en el uso de plantas medicinales y sus propiedades curativas’.

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La rutina diaria en la escuela de La Aguada comienza hacia las ocho de la mañana, cuando el puñado de alumnos llega y se cambian las botas con las que han sorteado las vicisitudes del camino por los zapatos de estar. Cada día, dos se encargan de regar las matas y de cuidar del buen estado de los animales, que en resumen son las abejas melíponas que revolotean alrededor de tres panales ubicados con ayuda humana en los alrededores.

Después, se reúnen a ejecutar las actividades de inicio, consistentes en una oración, las peticiones para la jornada, alguna canción con mensaje y un juego relacionado con el área de estudio que vayan a abordar en la mañana. Solo después comienzan las clases que, bajo el modelo de Escuela Nueva, obedecen a módulos pero también a materiales elaborados por la profesora Enoris.

En la clase de ciencias normalmente manejan tópicos relacionadas con el cuidado de los recursos naturales, que allí son nombrados como “patrimonios naturales” queriendo significar que se trata de algo que los humanos del presente tenemos deber de conservar para el disfrute de las generaciones que vienen.

La clase de educación artística es complementaria, pues consiste en elaborar artesanías con reciclaje. Allí, con los cilindros de cartón que vienen con el papel higiénico hacen alcancías en forma de marrano y las paletas de los helados se unen para formar porta retratos. El papel, el cartón, las cubetas de los huevos o los discos de computador toman la forma de pájaros coloridos, mariposas, llaveros, portavasos, separadores de libros con piezas poéticas ideadas en clase, y un sinfín de objetos en los que la “basura” toma nueva vida.

Los viernes tiene lugar la cátedra ambiental y por la paz, donde salen reflexiones relativas a la conservación del agua, el cuidado de los seres vivos y valores de convivencia.

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En las tardes se desarrolla el proyecto ArteAguada en el que varias mamás y estudiantes transforman elementos de desecho en artesanías.

De alguna manera, el museo escolar es como una síntesis del proceso de aprendizaje que llevan a cabo, con una metodología en la que todos ponen.

Este queda en el primer salón y el recorrido es por estaciones, resultando una experiencia interactiva en la que los niños retan lo que sabe el visitante (Ver: ‘El museo, la síntesis del aprendizaje’)

La maestra Enoris se muestra orgullosa de lo que ha hecho con los niños y niñas, así como con sus familias y otras personas de la comunidad. Según sus palabras, sueña con que esta metodología de trabajo se convierta en un modelo aplicable a toda Colombia, para que las personas cada vez aprendan más sobre el cuidado del planeta, “un modelo que nos permita a todos fortalecernos y avanzar. A eso aspiramos”.

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Kevin Stiven Muriel, un niño de 11 años y alumno de quinto grado hace la introducción a la primera estación del museo, que gira en torno a la pregunta ¿Qué aportamos para el cuidado de nuestro planeta?

Los mismos alumnos son los guías en el museo. Cada uno tiene una parte del guión y orienta a los visitantes en alguna reflexión sobre el cuidado de la Tierra.
Los mismos alumnos son los guías en el museo. Cada uno tiene una parte del guión y orienta a los visitantes en alguna reflexión sobre el cuidado de la Tierra.

La segunda estación es la tienda escolar en la que tratan de no tener productos que contaminen o hagan daño a la salud, y la tercera es para las mariposas. Acá Maximiliano Tangarife, de 8 años y alumno de tercero, se luce con la pregunta corchadora de cómo se llama la boca de estos insectos (la respuesta es espiritrompa).

La estación 4 es para exhibir y vender lo que hacen en ArteAguada y la 5, que muestra Mariangel López, de 10 años y alumna de quinto grado, está dedicada a las aves. Es producto del proyecto de investigación Cuidando y volando juntos, que hicieron el año pasado en el semillero de investigación Defensores del Ambiente, en el que hay alumnos y padres de familia. “Cada uno eligió un ave de las que se ven en la vereda. Por ejemplo, el loro le tocó a Johanna, el toche a Alison, el gavilán a Kevin, el cirirí a la abuela de Alison, el tucán lo pinté yo y el canario lo hizo otro estudiante”, cuenta Mariangel, cuyo rostro es una buena alegoría de su nombre. Por la Aguada se ven igualmente palomas, pericos, turpiales, cucaracheros, tángaras, sinzontes, azulejos, golondrinas garrapateros, loros, mochileros, ruiseñores, toches, carpinteros, gavilanes y hasta águilas. También pintaron gallinazos, porque se ven mucho extendiendo las alas al sol para secarse.

La profesora resalta que para observar las aves y otros animales hacen caminatas guiadas por expertos y dicionalmente, cuentan con un cebadero que hace las veces de observatorio, en el que ponen plátanos.

Mariangel explica además que antes tenían otra exhibición sobre las mariposas, en especial de las que revolotean por estos campos, pero ahora están engomados con el tema de las abejas.

El espacio 6 se denomina ‘Menos plástico, menos contaminación’. Para este, desarrollaron un kit compuesto por una botella reutilizada como recipiente para llevar el agua, un vaso adornado para servirla, un separador y un bolso de tela con el fin de que la gente no gaste bolsas al ir de compras. Alison Ocampo, una chica de quinto, habla del mal que hacen los elementos sintéticos de un solo uso “porque los plásticos están acabando la capa de ozono y con los animales”.

Luego viene una estación con suculentas y cactus exhibidos, donde el interrogante es ¿qué sabes de las plantas? La enseña Juan Diego Aristizábal, de tercer grado.

Las últimas estaciones están dedicadas al agua en sus distintos estados y Guadalupe, de 6 años y estudiante de segundo —la hermanita pequeña de Mariangel— explica la utilidad de este elemento de la naturaleza: “El agua nos sirve para bañarnos, para lavar los platos, para tomar, para bendecirnos y para muchas cosas más”, apunta, para concluir luego recitando una poesía al agua.

Entre las creaciones orales que exhiben en un folleto que está en todo el centro del museo hay varios cuentos, coplas, canciones y poesías al planeta, a los alimentos, a la paz, al agua y hasta una contra las minas antipersonal que tanto dañaron La Aguada hace unos años. En cada paso, el visitante es retado a lanzar un dado y dependiendo de la cara en que caiga, mida sus conocimientos, aporte algo o se lleve un regalo.

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