Diane Keaton, la legendaria actriz norteamericana, murió el pasado sábado en California a los 79 años. La noticia, confirmada por People y TMZ, sacudió a Hollywood con la fuerza de un adiós inesperado. En medio de una industria en la que hemos visto desfilar varias generaciones de íconos, durante más de cien años, ella fue una figura irrepetible: actriz, directora, productora, escritora y, sobre todo, una presencia luminosa que transformó la manera de mirar a las mujeres en el cine.
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Su carrera, extensa y diversa, abarcó más de cinco décadas. Desde sus primeros papeles en los años 70 hasta sus últimas comedias, nunca se acomodó en un molde.
Francis Ford Coppola la eligió para encarnar a Kay Adams en El Padrino (1972), una mujer ajena al poder masculino que la rodeaba y, sin embargo, indispensable para revelar su fragilidad. Woody Allen escribió para ella el personaje de Annie Hall, en la película homónima de 1977, esa mujer neurótica, tierna y desbordante de autenticidad que cambió para siempre la idea de lo que podía ser una protagonista femenina. Con ese papel ganó el Óscar a mejor actriz en 1978 y, sin proponérselo, redefinió el canon de la comedia romántica.
Diane Keaton, una actriz diferente
Como recuerda un especial de The Hollywood Reporter, publicado este domingo, la fuerza de Keaton no residía solo en su talento sino en su estilo: camisas masculinas, chalecos amplios, pantalones holgados y sombreros de ala ancha. Una elegancia excéntrica que “impuso tendencia en los años setenta y aún hoy inspira a diseñadores”. Su Annie Hall no era solo un personaje: era una declaración de independencia frente a los códigos de feminidad de su tiempo.
David Rooney, crítico jefe de ese medio, escribió que Keaton “reinventó a la heroína clásica para una era más evolucionada socialmente”. No era la ingenua de la comedia romántica ni la musa distante, sino un personaje inteligente, divertido, autocrítico, capaz de sostenerle la mirada a los hombres que, en la ficción y en la vida real, parecían dominar la conversación.
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Lo mismo ocurría fuera de los sets: Keaton desarmaba con naturalidad las entrevistas, interrumpía sus propias frases entre risas y respondía con esa mezcla de timidez y desparpajo que la volvió entrañable para el público.
Su filmografía fue tan versátil como su personalidad. Pasó del drama descarnado de Reds (1981) y Shoot the Moon (1982), donde encarnó personajes femeninos complejos, rotos y fuertes, al humor de Baby Boom (1987) y El Padre de la novia (1991).
Pauline Kael, crítica de The New Yorker, escribió en esa época que Keaton actuaba “en un plano distinto al de sus papeles anteriores: nada parece ensayado y, sin embargo, todo está completamente creado”. Ese don, el de hacer creíble lo inverosímil, fue su sello.
Las reacciones ante su muerte reflejaron la huella que dejó. Según People, Woody Allen –con quien compartió una relación amorosa y una extensa colaboración artística– se declaró “extremadamente consternado y sorprendido”. Coppola la describió en su Instagram como “infinitamente inteligente, tan hermosa, una encarnación de la creatividad”. Leonardo DiCaprio, su compañero en Marvin’s Room (1996), escribió que Keaton era “única, brillante, divertida y sin disculpas por ser ella misma”. Robert De Niro dijo en un comunicado a Deadline que la noticia lo había tomado “totalmente por sorpresa” y que siempre la recordará con afecto. Bette Midler la llamó “una completa original”, mientras Goldie Hawn habló de una “estela de polvo de hadas, llena de luz y recuerdos más allá de la imaginación”.
Más allá del cariño de sus colegas, Keaton representó algo más profundo: la posibilidad de envejecer con gracia en una industria que castiga muy duro el paso del tiempo. Su papel en Something’s Gotta Give (2003), junto a Jack Nicholson, le valió una cuarta nominación al Óscar y fue, al mismo tiempo, una respuesta al sexismo de Hollywood: cuando muchos estudios relegaban a las actrices maduras a papeles secundarios, ella demostró que el deseo y la inteligencia no tienen fecha de caducidad. Como escribió Rooney, su magnetismo era “una rebelión contra la edad, una vitalidad inextinguible”.
Pero detrás de la estrella también hubo una creadora inquieta. Dirigió documentales y ficciones (como el documental de 1987 Heaven y la comedia de 1995 Unstrung Heroes), produjo cintas como Elephant (2003) de Gus Van Sant y publicó libros de memorias y fotografía.
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Su amor por la arquitectura y las casas antiguas la llevó también a restaurar propiedades en California, incluido un diseño de Frank Lloyd Wright que devolvió a su esplendor original.
En una entrevista citada por The Hollywood Reporter, confesó: “Siempre tuve interés en los hogares y en el concepto de hogar, pero el problema es que nunca me quedo. Algo está mal. Pero algo está bien, porque lo amo”.
La última escena de Diane Keaton
Keaton fue también un símbolo de independencia personal. Tras casi dos décadas junto a Al Pacino, decidió que nunca se casaría y adoptó a sus dos hijos, Dexter y Duke, a quienes dedicó sus últimos años. “Soy una excéntrica”, dijo hace un par de años a People. “Y me alegra no haberme casado”. Esa coherencia entre lo que decía y lo que hacía definió su vida entera. No buscó ser un modelo, pero terminó siéndolo para generaciones de mujeres que vieron en ella una forma distinta de ser libre.
Su muerte, menos de un mes después del fallecimiento de Robert Redford, marca el fin de una era para el llamado New Hollywood, esa generación que en los setenta renovó el lenguaje del cine estadounidense. Keaton formó parte de ese grupo, pero también lo trascendió. Fue “una mujer que desafiaba a sus directores, que hacía reír y pensar al mismo tiempo, y que nunca fue superada por los hombres a su alrededor”, como la describió David Rooney.
Una vida laureada, los premios de Diane Keaton
La vida y obra de Keaton fue premiada y reconocida por la crítica internacional a lo largo de más de medio siglo. Ganó el Óscar a mejor actriz en 1978 por Annie Hall, papel que también le valió el BAFTA y el Globo de Oro. Luego, volvió a ser nominada al Óscar por Reds (1981), Marvin’s Room (1996) y Something’s Gotta Give (2003), con personajes muy distintos entre la comedia, el drama y el cine romántico.
A esos galardones se suman el Premio a la Trayectoria de los Hollywood Film Awards en 2005 y el Life Achievement Award del American Film Institute, entregado en 2017.