El fútbol sudamericano y, en especial, el argentino, despiden hoy a una de sus figuras más entrañables y singulares. A los 80 años se apagó la vida de Hugo Orlando Gatti, “El Loco”, un hombre que con sus atajadas, su personalidad desbordante y su espíritu libre, transformó el oficio de arquero en un espectáculo inolvidable.
Gatti, que llevaba internado dos meses en el Hospital Pirovano de Buenos Aires por un cuadro de neumonía, falleció este domingo 20 de abril después de que su familia tomara la dolorosa decisión de retirarle el respirador, al confirmarse que su estado era irreversible. En sus últimos momentos, estuvo acompañado por sus hijos, Federico y Lucas, quienes no se despegaron de su lado hasta que el corazón del Loco dejó de latir.
Dueño de una vida tan inquieta como su estilo en el arco, Gatti repartía sus días entre Argentina y España, país en el que decidió radicarse desde hace varios años. Sin embargo, su aversión al frío lo llevó a regresar al calor argentino este verano. Fue durante esa estadía cuando sufrió una caída que le provocó una fractura de cadera. La cirugía que siguió fue el inicio de un descenso inevitable: una infección hospitalaria lo llevó a contraer neumonía y, finalmente, una insuficiencia renal complicó aún más su cuadro. El 28 de marzo, en un intento por mejorar su respiración, se le practicó una traqueotomía, pero su cuerpo ya no resistía la batalla.
Su aspecto fue siempre fiel reflejo de su personalidad: irreverente, audaz, desfachatado. La melena sujeta con un elástico, que lució en cada estadio durante sus tiempos bajo los tres palos, se mantuvo hasta la adultez, teñida de un color cenizo que no logró apagar su esencia juvenil. Hasta el final, las arrugas se cruzaron con sus ganas de vestir con el estilo atrevido de siempre, y ese aire picaresco que lo acompañó toda su vida.
Gatti no solo cambió la forma de atajar, cambió la manera de entender el arco. Fue discípulo y heredero de Amadeo Carrizo, aquel arquero revolucionario que enseñó que los guantes no eran cadenas, sino alas. Y El Loco lo llevó más allá: convirtió el puesto en un escenario, entendiendo que el fútbol no debía ser solo resultados, sino también un espectáculo que emocionara al hincha. Para él, el fútbol era alegría y riesgo, y si a veces esa valentía rozaba la locura, entonces bienvenido sea.
Su carrera es un monumento a la perseverancia: 25 años ininterrumpidos en la élite, con 765 partidos oficiales en primera división, un récord aún vigente en el fútbol argentino. Atlanta, River Plate, Gimnasia y Esgrima La Plata, Unión y Boca Juniors fueron sus equipos, pero fue con la camiseta azul y oro donde alcanzó la gloria eterna. Con Boca ganó títulos y dejó una de las postales más imborrables: el penal atajado al brasileño Vanderlei, de Cruzeiro, en la Copa Libertadores de 1977, el día en que el club xeneize levantó por primera vez el trofeo más preciado de América.
Gatti también se llevó la plusmarca de penales atajados en el fútbol argentino: 26 en total. Pero más allá de los números, su verdadero legado fue su filosofía. “Yo hice algo: atajé, me cuidé y sigo amando al fútbol como el primer día, pero el que decidió lo fundamental fue Dios. Sin la ayuda del que está arriba, nada hubiera sido posible”, solía decir cada vez que le preguntaban por su longevidad en el arco, que se extendió hasta los 44 años.
Hoy el fútbol llora al Loco, al hombre que se atrevió a ser distinto cuando ser diferente era casi un acto de rebeldía. Se fue un arquero que no solo defendía el arco, sino que atacaba desde él, un soñador que entendía que en cada atajada debía regalar una sonrisa al público y que, por sobre todas las cosas, nunca dejó de amar al fútbol como un niño.
Adiós, Hugo Orlando Gatti. Su locura quedará en la historia para siempre.