Aunque los discursos de sostenibilidad se multiplican, la moda mundial continúa tejiéndose con hilos de petróleo, gas y carbón. Lo advierte el más reciente informe de Fashion Revolution, What Fuels Fashion? 2025, una radiografía de doscientas marcas que dominan un negocio de 2,7 billones de dólares anuales, cuya conclusión es incómoda: las tecnologías para producir ropa sin combustibles fósiles ya existen, pero casi nadie las usa.
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En los talleres donde se tiñen y secan las telas, el calor sigue viniendo de calderas alimentadas por carbón o gas. Son procesos de baja temperatura —no superan los 250 °C— que podrían electrificarse por completo con equipos ya disponibles, como bombas de calor o calderas eléctricas. “La industria textil puede alejarse totalmente de los combustibles fósiles. La posibilidad está aquí, y las empresas deben comprometerse”, sostiene Jan Rosenow, profesor de Política Energética y Climática en la Universidad de Oxford.
Fashion Revolution, el movimiento que nació tras el colapso del Rana Plaza en Bangladesh, analiza en este reporte más de setenta indicadores sobre descarbonización, energía y rendición de cuentas. Los resultados muestran que solo el siete por ciento de las grandes marcas divulga algún esfuerzo por electrificar sus procesos térmicos y apenas un seis por ciento tiene metas de energía renovable en sus cadenas de suministro. Cifras que contrastan con el 60 % que dice usar energía limpia en sus propias oficinas, mientras las fábricas que confeccionan su ropa siguen respirando humo.
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La investigación es clara en un punto: el problema no es tecnológico, sino moral y económico, pues reemplazar el carbón por calor limpio no requiere esperar a que las redes eléctricas sean completamente renovables, más bien, exige voluntad, inversión y transparencia. Sin embargo, el 90 % de las marcas analizadas obtuvo cero puntos en trazabilidad: no publican información básica sobre sus proveedores, lo que impide conocer dónde se concentran las emisiones o los riesgos para los trabajadores. “Hasta que las listas de proveedores no se divulguen como requisito básico, cualquier afirmación de alineación con objetivos climáticos o sociales suena hueca”, advierte el documento.
Ahora bien, las implicaciones humanas son profundas. En las plantas de teñido y acabado del sudeste asiático, donde las temperaturas ya superan los 40 °C, los trabajadores soportan hornos industriales alimentados por carbón. Ninguna marca —cero por ciento— publica datos sobre calor y humedad en sus fábricas, aunque esos niveles determinan enfermedades, desmayos y pérdidas de productividad. De acuerdo con estimaciones citadas por el informe, el estrés térmico podría costar al mundo 2,4 billones de dólares anuales en 2030, el equivalente a 80 millones de empleos.
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Por otro lado, la moda, recuerda el estudio, tiene una ventaja sobre otros sectores industriales, puede electrificarse casi por completo sin grandes barreras técnicas, y hacerlo no solo reduciría emisiones, también mejoraría la calidad del aire y las condiciones laborales. “La electrificación industrial es una oportunidad de transición justa que debe poner en el centro a trabajadores y proveedores”, afirma Liv Simpliciano, directora de Política e Investigación de Fashion Revolution.
Lo cierto es que mientras las pasarelas hablan de sostenibilidad, la mayoría de las marcas siguen dependiendo del calor sucio que mueve sus máquinas, y en ese sentido, los certificados verdes y la contabilidad climática reemplazan la acción real.