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Camine conmigo: Betulia–Concordia, recorriendo el balcón del Suroeste para recordar quiénes somos

Este corredor natural es un homenaje al camino ancestral, a las muladas, a la identidad arriera y cafetera que durante décadas sostuvo la vida en estas montañas. Le propongo algo: camine conmigo estas líneas antes de decidir si alguna vez querrá hacerlo con los pies.

  • Entre cafetales (vereda La Morelia de Betulia) FOTO: CRISTINA RODRÍGUEZ
    Entre cafetales (vereda La Morelia de Betulia) FOTO: CRISTINA RODRÍGUEZ
  • Iglesia del parque principal Betulia. Foto: Cristina Rodriguez
    Iglesia del parque principal Betulia. Foto: Cristina Rodriguez
  • Milena Macias (Guía de Almas Nómadas) subiendo primeros tramos por vereda. Foto: Cristina Rodriguez.
    Milena Macias (Guía de Almas Nómadas) subiendo primeros tramos por vereda. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Las chicas de la montaña. Foto: Cortesía Almas Nómadas.
    Las chicas de la montaña. Foto: Cortesía Almas Nómadas.
  • Desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
    Desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Vista en parada para desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
    Vista en parada para desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Abriendo sendero por camino de helechos. Foto: Cristina Rodriguez.
    Abriendo sendero por camino de helechos. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Helechos de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
    Helechos de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Campesino de la finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
    Campesino de la finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
  • Cafetal de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
    Cafetal de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
    Finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
  • Descenso desnivel negativo. Foto: Cristina Rodriguez.
    Descenso desnivel negativo. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Descenso desnivel negativo, pasto al nivel del cuerpo humano. Foto: Cristina Rodriguez.
    Descenso desnivel negativo, pasto al nivel del cuerpo humano. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Milena Mecias (Mochila naranja) y María Montoya (Mochila roja). Foto: Cristina Rodriguez.
    Milena Mecias (Mochila naranja) y María Montoya (Mochila roja). Foto: Cristina Rodriguez.
  • Plátanos del camino Betulia-Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
    Plátanos del camino Betulia-Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Hongo pollo del bosque. Foto: Cristina Rodriguez.
    Hongo pollo del bosque. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Hongo semiglobata (cabeza redonda de estiércol). Foto: Cristina Rodriguez.
    Hongo semiglobata (cabeza redonda de estiércol). Foto: Cristina Rodriguez.
  • Última finca camino a Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
    Última finca camino a Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
  • Atardecer final. Foto: Cortesía Almas Nómadas.
    Atardecer final. Foto: Cortesía Almas Nómadas.
  • Camine conmigo: Betulia–Concordia, recorriendo el balcón del Suroeste para recordar quiénes somos
hace 3 horas
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Hay caminos que no se recorren solo con los pies. Hay rutas que se caminan con la respiración, con la memoria, con la historia que quedó impresa en la tierra. La travesía entre Betulia y Concordia, en el corazón del suroeste antioqueño, es una de ellas: una línea invisible que une pueblos cafeteros, montañas antiguas y cuerpos dispuestos a escuchar lo que la montaña todavía tiene por decir.

Son 12 horas aproximadas de caminata, cerca de 25 kilómetros, con un desnivel que no da tregua y una exigencia física catalogada en nivel 5, alto extremo. Pero reducirla a cifras sería injusto. Esta no es solo una ruta de trekking: es un corredor cultural, un homenaje al camino ancestral, a las muladas, a la identidad arriera y cafetera que durante décadas sostuvo la vida en estas montañas.

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El punto de partida: Betulia, mirador del Suroeste

Betulia aparece incrustada entre cordilleras como un balcón natural. Pueblo cafetero por excelencia, concentra una de las mayores áreas de siembra del grano y se observa, desde su altura, los grandes valles del suroeste. Aquí el café no es un producto: es paisaje, rutina, herencia.

El encuentro fue temprano, como dictan las montañas. A las 6:00 de la mañana, el grupo —nueve personas, incluyendo a los guías de Almas Nómadas— se reunió con el ritual que antecede a todo viaje verdadero: estirar el cuerpo, reírse un poco, presentarse, respirar. El clima frío, las nubes bajas y un sereno suave envolvían el parque. Todo estaba listo.

Iglesia del parque principal Betulia. Foto: Cristina Rodriguez
Iglesia del parque principal Betulia. Foto: Cristina Rodriguez

Guiados por Víctor Garzón y Milena Macías, de Almas Nómadas, iniciamos el ascenso por viejos senderos de herradura, los mismos que usaron nuestros antepasados para llevar café, panela y víveres de un pueblo a otro. Caminos que la montaña intenta cerrar, pero que la memoria insiste en mantener abiertos.

Cafetales, ríos invisibles y la respiración

El rumbo hacia la vereda La Morelia es una inmersión total en el paisaje cafetero. Cafetales hasta donde alcanza la vista, plataneras cargadas, palmeras goteando humedad. El suelo —de origen volcánico y sedimentario— cambia de textura bajo las botas: franco-arenoso, arcilloso, fértil, pero frágil en las laderas.

El cuerpo entra en ritmo. Respirar profundo, usando todo el diafragma para entrar en estado meditativo. El frío engaña, porque pronto el calor se hace sentir: esta es zona cafetera, cercana al río Cauca, donde las temperaturas suben y el sudor se vuelve compañero constante.

A un costado, el río Quebradona se deja oír sin mostrarse del todo. El agua acompaña como un latido lejano mientras las hojas del café golpean suavemente el rostro, como si saludaran a quienes se atreven a pasar.

Milena Macias (Guía de Almas Nómadas) subiendo primeros tramos por vereda. Foto: Cristina Rodriguez.
Milena Macias (Guía de Almas Nómadas) subiendo primeros tramos por vereda. Foto: Cristina Rodriguez.
Las chicas de la montaña. Foto: Cortesía Almas Nómadas.
Las chicas de la montaña. Foto: Cortesía Almas Nómadas.

A los 2.176 metros recorridos, casi en el punto más alto de la ruta (2.200 m s. n. m.), llegó una de esas escenas que quedan tatuadas en la memoria: el desayuno. ¿Ha desayunado alguna vez en la cima de una montaña? Aquí el televisor son los valles infinitos, y lo que calienta no es solo el chocolatico compartido, sino la sensación de estar exactamente donde se debe estar.

Desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
Desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
Vista en parada para desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
Vista en parada para desayuno en Montaña. Foto: Cristina Rodriguez.

Luego, el sendero desaparece.

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Donde el camino se borra y empieza la montaña real

Helechos gigantes, tan altos como nosotros, cubren el paso. Sus frondas se despliegan en espirales perfectas, recordando que la geometría de la vida se repite en todas partes. La neblina baja. Víctor avanza con machete, abriendo camino como lo hacían los antiguos arrieros. La montaña reclama lo suyo: cierra rutas, exige lectura del terreno, experiencia y respeto.

Aquí no hay prisa. Solo avance.

Abriendo sendero por camino de helechos. Foto: Cristina Rodriguez.
Abriendo sendero por camino de helechos. Foto: Cristina Rodriguez.
Helechos de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
Helechos de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.

Y entonces llegan los desniveles que ponen a prueba todo: descensos brutales que castigan las rodillas, seguidos por ascensos igual de implacables. En una finca, las manos de campesinos ofrecen agua, naranjas y hasta guaro, remedio tradicional para “calentar el cuerpo”, aunque no recomendado en ruta. Para nosotros, una muestra más de la hospitalidad que habita en estas montañas.

Campesino de la finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
Campesino de la finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
Cafetal de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.
Cafetal de la montaña. Foto: Cristina Rodriguez.

En la vereda La Raya, el verde se intensifica. La maleza supera el alcance de la vista. Llegamos a la Finca El Guamo, donde nos ofrecen café caliente —cultivado, secado y comercializado allí mismo por quienes ahora nos sonríen — sabe distinto. Sabe a casa.

“Los caminantes”, nos llaman. Nos bendicen el camino. En la montaña, las personas también son paisaje: familias que heredan el oficio de la tierra, madrugadas a las 3 o 4 a. m., noches que terminan temprano, vidas sencillas y profundas.

Finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez
Finca El Guamo. Foto: Cristina Rodriguez

Más adelante, un descenso tan empinado que caminar es imposible. La solución: sentarse y dejarse ir, como niños, en un rodadero natural. Risas, insectos, pasto gigante. Por un instante, el mundo es solo ese juego entre dos montañas.

Aparecen hongos de colores intensos —pollos del bosque, estofarías—, recordando la riqueza silenciosa del ecosistema. Y luego, el tramo más serio: el mayor desnivel positivo de la jornada.

Aquí el cuerpo entra en otro estado. Caminar no basta. Se activan manos, brazos, espalda. “Modo araña”, como lo llamo: trepar usando todo el cuerpo, sostenerse, impulsarse. El peso de la mochila se siente, la resistencia se pone a prueba, la mente tiene que acompañar al cuerpo.

En la cima, otra finca y más miradores. Pasamos las Veredas: Caunzal y Villar Camposanto. El suroeste se despliega como un mapa vivo. Ahora se entiende por qué a este corredor montañoso lo llaman el balcón del Suroeste: vistas que queman en la memoria.

Descenso desnivel negativo. Foto: Cristina Rodriguez.
Descenso desnivel negativo. Foto: Cristina Rodriguez.
Descenso desnivel negativo, pasto al nivel del cuerpo humano. Foto: Cristina Rodriguez.
Descenso desnivel negativo, pasto al nivel del cuerpo humano. Foto: Cristina Rodriguez.
Milena Mecias (Mochila naranja) y María Montoya (Mochila roja). Foto: Cristina Rodriguez.
Milena Mecias (Mochila naranja) y María Montoya (Mochila roja). Foto: Cristina Rodriguez.
Plátanos del camino Betulia-Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
Plátanos del camino Betulia-Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
Hongo pollo del bosque. Foto: Cristina Rodriguez.
Hongo pollo del bosque. Foto: Cristina Rodriguez.
Hongo semiglobata (cabeza redonda de estiércol). Foto: Cristina Rodriguez.
Hongo semiglobata (cabeza redonda de estiércol). Foto: Cristina Rodriguez.

El atardecer y la llegada: Concordia espera

Pasamos troncos caídos, cascadas, pocetas, herraduras y más helechos enormes. A las 5:30 p. m., en la última finca, el atardecer pinta las montañas de naranja y amarillo. Los pies duelen, el cansancio pesa, pero nadie quiere irse rápido: el día se está despidiendo.

Última finca camino a Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
Última finca camino a Concordia. Foto: Cristina Rodriguez.
Atardecer final. Foto: Cortesía Almas Nómadas.
Atardecer final. Foto: Cortesía Almas Nómadas.

Queda el último esfuerzo: subir a la carretera, cruzarla y entrar a Concordia. El sendero es estrecho, las ramas golpean fuerte, pero de pronto la vía aparece, casi milagrosa. A las 6:30 de la tarde, el parque principal nos recibe: botas embarradas, cuerpos sudados, sonrisas plenas.

Hay dolor —la montaña siempre cobra algo, incluso una uña del pie—, pero hay algo más fuerte: gratitud. Por el cuerpo que resiste. Por el territorio compartido. Por haber cruzado un camino que pocos conocen.

La travesía Betulia–Concordia no es para cualquiera. Es para quienes han caminado antes, para quienes buscan un reto físico real, para quienes entienden que la montaña no es un escenario, sino un ser vivo. Pero también es una invitación abierta: a caminar con propósito, a respirar profundo, a reencontrarse con lo esencial.

Aquí, entre cafetales, ríos y miradores, la naturaleza no solo se observa: se escucha. Y cuando uno llega, entiende que no volvió igual.

Camine conmigo: Betulia–Concordia, recorriendo el balcón del Suroeste para recordar quiénes somos

¿Por qué hacer el recorrido de Betulia-Concordia?

Hacer el recorrido entre Betulia y Concordia es dejar que el territorio se explique solo. El cuerpo avanza por antiguos caminos de arriería, atraviesa cafetales vivos, escucha ríos que no siempre se ven y se detiene en miradores que revelan la dimensión real del suroeste antioqueño. No hay promesa de comodidad, pero sí de sentido: el de caminar un paisaje que todavía conserva memoria, oficio y silencio, y entender, sin que nadie lo diga, por qué estas montañas siguen siendo hogar.

Recomendaciones antes de hacer la travesía

Prepárese físicamente. Esta no es una caminata recreativa. El recorrido exige resistencia cardiovascular, fuerza en piernas y estabilidad articular, especialmente en rodillas y tobillos.

Empiece temprano. Salir antes de las 7:00 a. m. permite caminar con temperaturas más amables y llegar con luz natural al destino.

Hidratación constante. Lleve al menos 2,5 a 3 litros de agua. En zonas cafeteras, el calor y la humedad aceleran la deshidratación.

Alimentación estratégica. Prefiera alimentos de fácil digestión y alto contenido energético: frutas, frutos secos, barras, chocolate amargo, bocadillo y sales minerales.

Ropa técnica y ligera. Use prendas de secado rápido, gorra o sombrero y protector solar. Aunque el inicio sea frío, el calor aumenta con rapidez.

Calzado con buen agarre. Las laderas empinadas, el barro y los descensos técnicos exigen botas o tenis de trail con suela antideslizante.

Proteja sus rodillas. Bastones de trekking son altamente recomendados para los descensos prolongados.

Respete el ritmo del grupo. La montaña no se camina en competencia. Avanzar juntos es una medida de seguridad.

No subestime el clima. Las condiciones cambian rápido. Lleve impermeable liviano, incluso si el día amanece despejado.

Camine con guías locales. Rutas ancestrales como esta pueden perderse fácilmente. El conocimiento del territorio es clave para la seguridad.

Ficha técnica de la travesía Betulia – Concordia

Ubicación: Suroeste antioqueño, Colombia

Municipios: Betulia – Concordia

Distancia aproximada: 25 km

Duración: 10 a 12 horas

Altura máxima: 2.200 m s. n. m.

Altura mínima: 1.260 m s. n. m.

Desnivel positivo: +2.370 m

Desnivel negativo: −2.040 m

Nivel de dificultad: 5 / 5 – Alto extremo

Temperatura promedio: entre 12 °C y 22 °C, pero puede alcanzar 28 °C o más.

Clima: Variable; temperaturas altas en zonas cafeteras y humedad constante

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