Se trata de la tradicional bendición “urbi et orbi”. Aquella mañana del Domingo de Resurrección, Francisco le preguntó a Strappetti: “¿Crees que podré hacerlo?”. Su enfermero, y cómplice, porque lo acompañó todos los días de sus últimos meses, lo tranquilizó, asegurándole que sí podría.
Así fue como lo convenció de subirse al papamóvil en pleno Domingo de Pascua, dar una vuelta por la plaza de San Pedro durante 15 minutos y subir al balcón de la basílica del lugar, donde finalmente bendijo a los fieles que lo acompañaban.
Volvió a subir a su habitación, cenó y descansó. Al día siguiente le dio los buenos días a su enfermero. Luego falleció.
“No sufrió, todo sucedió rápidamente”, dice el relato oficial publicado en Vatican News, el canal de noticias de la Santa Sede, donde también añaden: “fue una muerte discreta, casi repentina, sin largas esperas ni demasiado clamor para un papa que siempre había mantenido su salud en gran secreto”.
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Aquel relato es construido en gran parte por Strappetti. Este enfermero se transformó en la persona de mayor confianza de Jorge Bergoglio, puesto que fue él quien, durante las más graves crisis respiratorias del Papa y conociendo a fondo la voluntad de Francisco, alentó a los médicos a no darse por vencidos.
Además, cuando lo acompañaba a dar la bendición en la basílica, era el encargado de calcular los tiempos con precisión para que pudieran tomar a tiempo el ascensor que conduce a la loggia, el icónico balcón central desde donde los pontífices se asoman al mundo.
La plataforma oficial de noticias del Vaticano cerró la narración de la muerte de Francisco con este testimonio: “fue una muerte que ocurrió el día después de Pascua, el día después de haber bendecido la ciudad y el mundo, el día después de haber vuelto a abrazar, después de mucho tiempo, al pueblo. Aquel a quien, desde los primeros momentos de su elección, el 13 de marzo de 2013, le había prometido un viaje juntos”.
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