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¿Cómo construir la ciudad de los cuatro corazones?

Claudia García lideró la construcción de la Agenda 2040 de Antioquia: explica la propuesta de cómo Medellín se expandirá para conectar montañas, puertos y aeropuertos.

  • La Plaza Botero, que reúne monumentales obras del artista antioqueño Fernando Botero, es uno de los lugares turísticos más visitados de la ciudad. Al fondo, el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. 2023. FOTO: Camilo Suárez.
    La Plaza Botero, que reúne monumentales obras del artista antioqueño Fernando Botero, es uno de los lugares turísticos más visitados de la ciudad. Al fondo, el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. 2023. FOTO: Camilo Suárez.
02 de noviembre de 2025
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Colaboración especial de Claudia García Loboguerrero

Medellín cumple 350 años y esa cifra no es solo un hito cronológico: es un compendio de memorias, luchas, aprendizajes, dolores y orgullos que han marcado la vida colectiva. La ciudad que en algún momento fue símbolo del miedo y la violencia, hoy se presenta al mundo como un referente de resiliencia y de creatividad aplicada al urbanismo. No es casual que en 2016 recibiera el Premio Lee Kuan Yew —considerado el Nobel de las ciudades—, un galardón que reconoció su capacidad de convertir la adversidad en una oportunidad y de proyectarse como modelo para otras urbes de países en desarrollo que enfrentan procesos de urbanización acelerada, fuertes desigualdades y presiones ambientales. Desde entonces, Medellín no solo es recordada por su transformación, sino también como una verdadera meca del aprendizaje urbano: un laboratorio vivo que inspira y comparte conocimiento con el mundo.

Esa visibilidad internacional no debe interpretarse como el fin de los desafíos. Al contrario: hoy enfrentamos retos aún más complejos y urgentes. El cambio climático nos exige resiliencia e innovación; las inequidades sociales siguen marcando diferencias profundas en las oportunidades de vida; la relación con nuestra región necesita mayor integración; y la economía global en transformación demanda nuevas capacidades.

En este contexto, el aniversario de la ciudad no puede quedarse en un acto de memoria o conmemoración simbólica. Es, sobre todo, un punto de partida para proyectarnos hacia el futuro. La verdadera pregunta es: ¿qué Medellín queremos construir en los próximos cincuenta años?, Y, más aún, ¿qué rutas debemos definir desde ahora para que las próximas generaciones encuentren en esta ciudad un lugar digno, equitativo y esperanzador para vivir y desarrollarse plenamente?.

Un corredor que une la región

Y es que la historia de Medellín siempre ha estado ligada a cómo se conecta con el mundo. Primero fue el río, luego el Ferrocarril, después las carreteras y el Metro. Hoy el desafío está en articular el aeropuerto internacional José María Córdova en el Oriente, y puerto Antioquia en el Urabá.

Esa conexión, que pronto será una realidad gracias a túneles y autopistas, cambiará el mapa de oportunidades. Significará poder enviar en pocas horas un producto fabricado en Medellín a cualquier destino global, o recibir turistas que aterrizan en Rionegro y que en poco tiempo se encuentran con los paisajes del Occidente y el mar Caribe. Aeropuerto y puerto son más que infraestructura: son símbolos de una Medellín que deja de estar aislada por montañas para abrirse al mundo, y que lo hace sin perder su identidad.

Lo que está en juego es mucho más que una línea en un mapa: es un eje estratégico que conecta montañas con mar, altiplanos con redes de infraestructura global. Ese corredor no es solo infraestructura ni logística: es la materialización de un sueño colectivo, el de convertir a Medellín y a Antioquia en protagonistas de la economía global sin renunciar a sus raíces locales. Para Medellín, que ha sido históricamente el motor urbano de Antioquia, este modelo representa una oportunidad única.

Pensarla desde una mirada regional significa aceptar que su futuro no se juega únicamente dentro de los límites del valle, sino en la manera en que logra tejer vínculos de complementariedad con los territorios vecinos. El Oriente con su plataforma aeroportuaria y un ecosistema de innovación en expansión; el Occidente con sus corredores agrícolas y su potencial logístico; Urabá como enclave estratégico hacia el Caribe y el comercio internacional; y el propio Aburrá con su densidad urbana y cultural conforman un sistema vivo cuya verdadera fuerza está en la integración. La capacidad de Medellín para sostener su competitividad y garantizar bienestar dependerá, en gran medida, de cómo articule estas vocaciones diversas dentro de una estrategia compartida de desarrollo sostenible, equitativo y resiliente.

Articularse para actuar

Esta visión se conecta con la propuesta de médula: la ciudad larga de cuatro corazones, que nos recuerda que el futuro no se construye solo desde el centro, sino desde la escucha y la articulación de cada territorio. Medellín será más fuerte en la medida en que logre latir al mismo ritmo que toda Antioquia.

Este territorio conectado y sostenible no solo facilitará el flujo eficiente de personas, bienes y servicios, también reducirá desigualdades históricas. Medellín tiene mucho que ganar en esa ecuación: menos presión sobre su propio suelo urbano si se distribuyen mejor las oportunidades, nuevas centralidades económicas que le quiten carga al Valle de Aburrá, y una mayor integración logística, que hará posible que sus industrias y sus innovaciones tengan salida directa al mundo a través del aeropuerto y del puerto.

En definitiva, este sistema de ciudades exalta la potencia geográfica de Antioquia y redefine el papel de Medellín: de ciudad centralizada a ciudad nodo, de metrópoli que concentra a metrópoli que coopera. La ciudad medular, con sus múltiples niveles y conexiones, es un ejemplo de cómo Antioquia puede consolidarse como un territorio equitativo y competitivo. Medellín, al abrazar este modelo, refuerza su liderazgo regional, gana nuevos aliados para su propio desarrollo y asegura que su crecimiento se dé en armonía con el resto del territorio.

Ese eje estratégico no es sueño: es resultado concreto del esfuerzo colectivo que hoy lidera la región. El túnel Guillermo Gaviria Correa, en el sector del Toyo, el más largo de América con sus 9,7 kilómetros, producto de una inversión conjunta entre la Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Medellín de 2,7 billones de pesos, de los cuales Medellín aporta 870 000 millones y que acorta los tiempos al mar en un 25 %, es símbolo de lo que está en juego: reducir las distancias físicas para acercar también las distancias sociales y económicas.

Paralelamente, el túnel de Oriente se expande con una segunda etapa valorada en más de 1,2 billones de pesos, que incluye un nuevo túnel paralelo de 8,2 kilómetros, viaductos y mejoras viales para fortalecer la conexión entre Medellín y el aeropuerto José María Córdova. Estos son gestos materiales: inversión pública y privada, decisión política y participación institucional. El desarrollo de esta visión exige inversión en el mediano y largo plazo, pero, sobre todo, un cambio cultural: dejar atrás la idea de ser el único centro y reconocer que el verdadero poder está en ser parte de un sistema mayor. Si Medellín asume ese rol, ganará aliados, resiliencia y competitividad, y estará mejor preparada para afrontar los retos de los próximos cincuenta años.

Tres paisajes, tres retos

La naturaleza no tiene fronteras. La protección de los activos ambientales del Valle de Aburrá no puede entenderse solo desde los límites de Medellín: requiere una integración regional que conecte montaña, valle y mar.

Las fuentes hídricas que abastecen la ciudad nacen en el Oriente y en el Occidente, y su cuidado depende de políticas compartidas con los municipios vecinos. Proteger los suelos de nacimiento de agua, restaurar ecosistemas estratégicos y preservar corredores de biodiversidad son tareas que Medellín no puede realizar de manera aislada.

Solo a través de una gobernanza metropolitana sólida y de acuerdos regionales que articulen inversión, educación ambiental y tecnología, será posible garantizar agua potable, aire limpio y resiliencia climática para toda la población. De esta forma, la integración regional se convierte en la mayor aliada para asegurar sostenibilidad y bienestar a largo plazo.

Al mismo tiempo, reducir la vulnerabilidad climática de Medellín exige cooperación regional en infraestructura, gestión del riesgo y adaptación. Los impactos de inundaciones, incendios forestales o movimientos en masa no reconocen fronteras administrativas, por lo que anticipar emergencias requiere sistemas de monitoreo y alerta temprana que funcionen de manera coordinada en todo el territorio.

Una política conjunta de corredores verdes, drenajes sostenibles y planes de reasentamiento digno puede disminuir la presión sobre las laderas y evitar desastres mayores.

En este escenario, la integración regional le aporta a Medellín la posibilidad de ampliar su capacidad de respuesta, fortalecer instituciones y consolidar una cultura de prevención compartida, construyendo así un círculo virtuoso de seguridad ambiental y desarrollo resiliente para toda Antioquia.

Conectar para cerrar brechas. Este no es un reto que pueda resolverse mirando solo hacia adentro. Necesitamos ampliar la mirada y entender que lo que pasa en el Valle de Aburrá está profundamente conectado con lo que ocurre en el Oriente, el Occidente, Urabá y otras subregiones. Si logramos integrar los sistemas educativos, los servicios básicos y las oportunidades de empleo en toda la región, estaremos impulsando más caminos de movilidad social.

Medellín, por ejemplo, podría apoyarse en la fuerza de sus municipios vecinos para descentralizar la formación técnica y digital, diversificar empleos de calidad y crear cadenas de valor que quiten presión al Valle de Aburrá. Una estrategia de inclusión regional, bien articulada a través de CUUEs (comités universidad, empresa, Estado, sociedad) puede convertirse en una palanca poderosa para multiplicar las oportunidades de jóvenes y mujeres, fortalecer la competitividad sostenible y reforzar la cohesión social.

Y no se trata solo de lo económico. Medellín tiene mucho que ganar al reconocer y potenciar sus activos sociales y culturales en diálogo con el entorno regional. La cultura no conoce fronteras: las músicas, festividades, oficios y expresiones del Oriente, del Aburrá y Urabá son una fuente inmensa de creatividad e identidad compartida.

Si Medellín logra convertirse en el nodo que visibilice, apoye y proyecte este capital cultural, ganamos todos. No solo se consolidará como un referente latinoamericano de innovación social y cultural, también se fortalecerán las redes comunitarias, crecerá el emprendimiento cultural y esa diversidad regional se transformará en motor de inclusión y prosperidad compartida.

La nueva geografía de la oportunidad. La competitividad dependerá de la integración logística. Medellín necesita un sistema de transporte masivo metropolitano fortalecido, conexiones viales completas hacia Oriente, Occidente y Urabá, y una plataforma intermodal que optimice el flujo de bienes y personas. Completar el corredor aeropuerto–puerto será decisivo para que la ciudad se proyecte como un nodo estratégico del comercio internacional.

La ampliación del Aeropuerto José María Córdova será parte esencial de esa ecuación. Un aeropuerto moderno y eficiente impulsará el turismo, el comercio y la inversión extranjera. Con él Medellín tendrá un asiento propio en la red global de intercambio de bienes, servicios y conocimiento.

En paralelo, el reto urbano también pasa por responder al déficit habitacional. Una ciudad más equitativa deberá ofrecer vivienda sostenible, bien ubicada y con acceso garantizado a transporte, servicios y espacio público.

Cada proyecto de vivienda será también una apuesta de cohesión social y de inclusión territorial.

Colaboración especial de Claudia García Loboguerrero. Lideró la Agenda Antioquia 2040 de la Gobernación —2020–2023—, un referente nacional en planeación territorial participativa y prospectiva. Como arquitecta y urbanista, y especialista en Planeación Estratégica y Gestión Urbana, impulsa el desarrollo sostenible y la innovación territorial. Visualiza a Medellín como una ciudad conectada e incluyente, donde la planeación equilibre el crecimiento y el bienestar.

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