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La historia del Eurodiputado que al nacer tuvo un cambuche por cuna en Medellín

Álvaro Sebastian Kruis ocupa uno de los 720 asientos en el legislativo europeo. Nació como habitante de calle y lo adoptaron.

  • Adelante, el eurodiputado Álvaro Sebastian Kruis en una visita a Medellín. Atrás, durante una asamblea en Bruselas. FOTO: cortesía e imagen tomada de redes
    Adelante, el eurodiputado Álvaro Sebastian Kruis en una visita a Medellín. Atrás, durante una asamblea en Bruselas. FOTO: cortesía e imagen tomada de redes
  • El eurodiputado Álvaro Sebastian Kruis en una visita a la ciudad. FOTO: Cortesía.
    El eurodiputado Álvaro Sebastian Kruis en una visita a la ciudad. FOTO: Cortesía.
  • Álvaro Sebastian Kruis junto a sus dos hermanos en la zona turística de la Comuna 13. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.
    Álvaro Sebastian Kruis junto a sus dos hermanos en la zona turística de la Comuna 13. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.
  • Álvaro Sebastian Kruis junto a su madre adoptiva, a la izquierda, y su madre biológica, a la derecha. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.
    Álvaro Sebastian Kruis junto a su madre adoptiva, a la izquierda, y su madre biológica, a la derecha. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.
hace 8 horas
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Álvaro Sebastian Kruis se codea hoy con la élite política del Viejo Continente y del mundo; es uno de los 720 diputados que componen el máximo órgano legislativo que rige los destinos de los 27 países de la eurozona. Conociendo ese precedente y que escasamente modula pocas palabras en español, sorprende que él se catalogue como paisa.

Álvaro nació en Medellín el 4 de agosto de 1989, o sea hace 36 años. Es más, él mismo relata que tuvo como primera cuna los trebejos que componían un cambuche en una calle de la capital antioqueña, pues sus padres biológicos eran habitantes de calle y vivían debajo de un árbol de mangos en inmediaciones de la Terminal del Norte.



A los tres días del alumbramiento, quién sabe por qué azares del destino -no se sabe si fue que la parturienta o el recién nacido se enfermó- estos lo dejaron en el hospital San Vicente de Paúl (actualmente San Vicente Fundación) y en adelante de él se encargó el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Fue a dar a un hogar sustituto y ahí lo encontraron, a los nueve meses de edad, una pareja de holandeses que vino a adoptarlo.

Suena catastrófico pero él lo relata como si fuera cualquier cosa, sin asomo de dramatismo, tal vez porque siendo sus genes muy criollos, la experiencia vital en un ambiente radicalmente diferente, y más ahora que se desenvuelve en su rol de europarlamentario, le atenuaron el carácter explosivo de los latinos.

Es más, ni siquiera reprocha el haber crecido separado de su manada de nacimiento y por su tono se nota que hasta lo agradece, consciente como es de que otra hubiera sido su suerte, con toda seguridad menos “glamourosa”, si su padre y su madre biológicos se hubieran empeñado en quedarse a cargo de él.

“Por supuesto que me siento privilegiado por haber tenido la oportunidad de crecer en Holanda, pero nunca olvidaré de dónde vengo”, anota enfático.

Este caso rompe una vez más el mito de que quienes adoptan son personas que no pueden tener hijos y adineradas, pues ni lo uno ni lo otro se cumplía en el hogar a donde fue a parar Álvaro Sebastian. Los Kruis eran trabajadores que vivían de sus salarios: él como parte de la Fuerza Aérea y ella como enfermera, por lo cual tuvieron que hacer turnos extras para poder mantenerlos a él y a dos niños más que también adoptaron en Colombia.

El eurodiputado Álvaro Sebastian Kruis en una visita a la ciudad. FOTO: Cortesía.
El eurodiputado Álvaro Sebastian Kruis en una visita a la ciudad. FOTO: Cortesía.



“Mis padres no tenían mucho dinero. Claro que podían permitirse la adopción, pero tuvieron que trabajar muy duro para ahorrar. Se esforzaron al máximo por criarnos bien, por educarnos bien”, cuenta Álvaro, según el cual el haber estado con dos chicos con su misma condición le ayudó a no sentirse tan extraño en una sociedad que no era la propia mientras cursaba las crisis de adolescencia, donde los temas de identidad afloran más.

Álvaro es parco. Al preguntarle por su historia vital, contesta que creció “muy feliz”, a 10 kilómetros de La Haya, en una familia normal, tan normal para estos tiempos modernos que cuando él tenía 18 años su padre putativo se fue de la casa.

Siempre supo que había sido adoptado de una nación lejana, al otro lado del océano Atlántico, que justo en el año en el que él vio la luz cruzaba por los momentos más álgidos de su historia, con grupos armados que sembraban de muerte los campos y los carteles del narcotráfico declarándole la guerra al Estado en las ciudades a punta de bombazos. Pero, de otro lado —y esa fue la parte afortunada para él— fue igualmente un tiempo en que el país estaba en la lista de preferencias de extranjeros con intenciones de adoptar.

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Como jamás le ocultaron a Álvaro su origen, a eso le endilga él que haya empezado a picarle el bicho de la política desde los 16 años, sabiéndose originario de Latinoamérica y en medio de una coyuntura en la que imperaba la xenofobia debido a la migración desmedida que estaba sufriendo Europa. A los 20 años de edad, después de graduarse de la escuela, entró con toda su energía al Partido por la Libertad y a los 24 se ganó la vocería de su movimiento a nivel nacional, en los Países Bajos. Esa es una colectividad de derecha con un ideario nacionalista y crítico de la forma como se ha dado la integración europea. Como Álvaro mismo lo define, son “euroescépticos”.

“En ese puesto aprendí mucho sobre política en general, pero especialmente, por supuesto, sobre la política holandesa. Desde 2018, también fui concejal en La Haya”, cuenta.

En 2024 este partido se volvió mayoritario en Holanda y así fue como desde 2025 Kruis obtuvo una de las 31 curules que detenta Países Bajos en el Europarlamento, por un periodo de cinco años.

Actualmente, él hace parte de la comisión de relaciones exteriores y más exactamente, también por esa afinidad natural, se ocupa de estrechar las relaciones con el área andina.

Regreso al origen

Álvaro no duda en decir que el momento más importante de su vida fue hace seis años, en 2019, cuando decidió venir a conocer el sitio donde había visto la luz por primera vez. El pretexto era hacer turismo, sin muchas expectativas adicionales.

Al preguntarle por qué se demoró tanto para esto, contesta simplemente que “estaba haciendo otras cosas, pero cuando cumplí 30 años pensé que sería una buena idea visitar el lugar de donde era”.

Probablemente, consciente o inconscientemente, se trataba de la necesidad de resolver primero dudas y sentimientos personales pero esa primera inmersión le desencadenó la inquietud por hurgar en sus raíces y entenderse mejor.

Álvaro Sebastian Kruis junto a sus dos hermanos en la zona turística de la Comuna 13. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.
Álvaro Sebastian Kruis junto a sus dos hermanos en la zona turística de la Comuna 13. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.



“Fue como conocer mi casa muchos años después. Desde entonces me siento más colombiano que antes”, apunta al decir que de inmediato sintió la conexión con el país y más con Medellín, a pesar de que no había nadie acá en especial que lo esperara.



“Pensé: todos son iguales a mí. Estar con tu propia gente es una sensación indescriptible que solo sientes cuando vives en otro país y que no ha sido por decisión propia”, añade.

Terminada esa experiencia, las ganas de volver a Colombia se acentuaron pero la pandemia por el coronavirus impidió cualquier posibilidad de viaje, aunque tal vez la quietud de esos tiempos de pánico mundial le hicieron meditar en la necesidad de retornar para conocer ya no solo su tierra sino a sus progenitores.

El deseo se cumplió en 2022. Aterrizó en el aeropuerto José María Córdova con el propósito inquebrantable de hallar a los seres que le habían dado la existencia.

Destaca que desde el primer momento todo mundo se mostraba muy dispuesto a ayudarle, pero era como buscar una hormiga entre las miles que conforman una colonia, porque lo único que sabía era el nombre de su mamá y que era oriunda de un municipio llamado Barbosa, que mirando en el mapa localizó en el norte del Valle de Aburrá.

Con esos datos comenzó a visitar las oficinas del ICBF, de la Policía y cuanta organización trabajara con personas sin hogar que le habían referenciado, apoyado en alguien que le aventajaba un poco en el dominio del idioma.

Fueron dos semanas completas recorriendo calles y oficinas y sin atisbos de una respuesta. Ya estaba empacando su maleta de regreso y desanimado cuando, justo el día en que su tiquete le marcaba el límite del viaje de regreso a Europa, recibió la llamada de una empleada de un Centro Día para decirle que alguien con el mismo nombre de su madre había llegado.

Para quien no conozca Medellín y sus dinámicas, es importante señalar que los Centros Día son establecimientos estratégicamente ubicados, que les proporcionan alimento y baño a todo habitante de calle que se acerque. Como es totalmente voluntario, el problema es que no aseguran que quien va hoy vuelva mañana.

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El encuentro resultó corto pero inolvidable para él. De una emotividad interna única aunque frío en apariencia. Para empezar, por la barrera del idioma, pero sobre todo por la falta de lazos afectivos entre ambos, a pesar de ser carne de la misma carne.

—Hola, soy Álvaro, su hijo —le dijo él en un español arrastrado.

—Yo soy Carmen —le contestó la mujer de apenas unos 60 años pero aporreada por la existencia vertiginosa que ha llevado. Después en un breve diálogo con la directora del sitio ejerciendo el rol de traductora, le pidió disculpas por haberlo abandonado. Le explicó que llevaba 40 años en la calle y que ni ella ni el papá tenían recursos para criarlo. La otra parte que se hizo evidente por las huellas en el rostro fue la historia de drogadicción que también compartió la pareja.

Álvaro asevera que fue “un final genial” para sus vacaciones. Desde entonces no han perdido el contacto. De hecho, él aprovecha cualquier oportunidad que se le presenta para venir. En una de esas ocasiones, lo hizo con su mamá europea y durante el verano de 2024, con los dos hermanos de crianza; ellos son Sandra, una ama de casa de 33 años, y Raúl, de 34 y quien se dedicó a ser cocinero. Pero además, con cierta frecuencia se conectan por videoconferencia al Centro Integral de Familia, donde ella se alberga.

Álvaro Sebastian Kruis junto a su madre adoptiva, a la izquierda, y su madre biológica, a la derecha. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.
Álvaro Sebastian Kruis junto a su madre adoptiva, a la izquierda, y su madre biológica, a la derecha. FOTO: Cortesía e imagen tomada de redes.



Así es como Álvaro Sebastián se enteró de que el padre biológico falleció en 2019 y ya visitó igualmente su tumba en el Cementerio Universal. También por esa misma vía se dio cuenta de que tuvo otros tres hermanos biológicos, de los cuales el único al que conservaron con ellos falleció en esa selva de asfalto y dos más fueron entregados también en adopción.

“Se llaman Lucía y César. Los he intentado buscar pero sigo sin encontrarlos”, anota.

Lo otro que ha tratado de estrechar Álvaro es su vínculo con el país. Lo hace a través del rol que ejerce como eurodiputado, sobre lo cual anota que está tratando de promover una legislación que apunta a eliminar las barreras para la entrada de productos de Colombia a la UE.

“Por supuesto que perdí muchos años en mi relación con Colombia, pero ahora también con mi trabajo tengo la oportunidad de conocer a tanta gente en ese país y visitar lugares y empresas colombianas, y realmente me está enriqueciendo conocer mi país de esa manera”, dice.

Todas esas gestiones él las publica en redes sociales, donde le da relieve a su condición de ser un colombiano por nacimiento. Adicionalmente, se ha convertido en un impulsor de iniciativas que promuevan a Medellín como destino turístico y la marca de la ciudad.

Interrogo a Alvaro Sebastian si al evidenciar su origen entendió algún rasgo de su personalidad y contesta serio que mentalmente es muy holandés. No obstante, cuando le pregunto qué tiene de paisa, por primera vez ríe casi hasta producir una carcajada, y contesta.

—En determinado momento, la alegría y la felicidad que transmite Colombia a través de la música—. Luego, trae a colación su gusto por el rock en español.

En sus ratos libres, además de aprovechar para ver a sus parientes en La Haya viajando desde Bruselas, que es la sede del Europarlamento, Álvaro toca la batería en una banda con la que de vez en cuando hace presentaciones en público.



Otro distintivo que reconoce en sus congéneres y en él mismo es el espíritu guerrero que los lleva a ser “echados para delante” y asegura que ese mismo talante fue el que le permitió hallar a su familia biológica en tan poco tiempo. “Creo que fue un gran logro, pero necesitas concentrarte y pensar cuál es el objetivo”.

El tono más desenfadado lo exterioriza cuando habla de sus sitios favoritos en Medellín: el Parque Berrío con la Plazoleta de esculturas del maestro Fernando Botero, la estación San Antonio del metro y los alrededores de estos lugares.


El eurodiputado opina así sobre la actualidad de su país de origen: colombia


“Bueno, la seguridad es fundamental en este momento, porque creo que Colombia está en un año crítico, ya que ha mejorado mucho tanto económicamente como en seguridad; sin embargo, hemos visto ataques recientes y violencia política, y esa es una de mis principales preocupaciones. Básicamente, digamos, la seguridad y el bienestar de la población colombiana”.



¿En qué consiste concretamente la ley que está promoviendo y que tendría un impacto positivo en la deforestación que se produce en Colombia?

“¡De hecho, estoy intentando deshacerme de la ley de deforestación! Porque crea una enorme burocracia para las empresas colombianas y no hará nada para detener la deforestación, ya que crea dos cadenas de producción: una para la UE y otra para el resto del mundo.

Quiero deshacerme de eso porque implementar la regulación de la deforestación solo resultaría en precios más altos para los consumidores europeos y una burocracia absurda en Colombia”.



¿Cómo se entiende que en su condición de migrante defienda los ideales del Partido por la Libertad, que aparentemente ve a los inmigrantes como una amenaza para los holandeses?

“Como persona adoptada, no tienes estatus migratorio. Legalmente, solo soy hijo de padres holandeses, así que no tengo un estatus especial. Además, mi partido no ve a los migrantes como una amenaza para los holandeses, sino como la afluencia de otras culturas sin requisitos de integración. Además, un país debe poder facilitar la recepción. Al igual que Colombia, los Países Bajos han acogido a innumerables refugiados, pero ahora todos los centros de recepción están llenos, así que tenemos que hacer algo al respecto”.



¿Cómo ve su futuro?

“Estoy haciendo este trabajo y no sé qué vendrá después. Espero poder ayudar a la gente de ambos lados del océano porque, por supuesto, fui elegido por los holandeses, pero espero también poder hacer algo por otras personas. Ahora mismo tengo un trabajo y estaré aquí por los próximos cuatro años; luego simplemente te concentras en lo que tengas por delante”.

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