El primer día en su nuevo trabajo en Provenza, Bryan* llegó temprano. La cita para ultimar detalles del contrato y empezar la capacitación era a las 10:00 a.m. Se levantó temprano y a las 6 de la mañana salió. Vive en Acevedo. Se fue caminando y sin desayunar. Tres horas de camino y llegó antes de tiempo. De no ser porque se lo preguntaron, nadie se habría enterado que caminó más de 10 kilómetros porque no tenía para los pasajes. Ahora, en su nuevo trabajo como barténder, probablemente la caminata sea solo una anécdota para el futuro.
Bryan es uno de los 36 jóvenes, hombres y mujeres, que ayer terminaron un curso que los certifica como barténderes con el que podrán tener un empleo formal, que les ayude no solo a salir de la pobreza a ellos y a sus familias, sino a soñar en grande y a construir un proyecto de vida que hasta hace unos meses era impensado.
La formación de estos jóvenes hace parte de Parceros, el programa de la Alcaldía de Medellín que busca darles oportunidades a jóvenes vulnerables que están en riesgo de caer en la ilegalidad o en la explotación sexual, a través de capacitaciones que los forman en algún oficio con alta demanda de empleo, pero también en valores y en buenas conductas (cumplir un horario, expresarse bien, trabajar en equipo, seguir instrucciones).
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Esta vez lo hicieron de la mano de Juniper, una empresa antioqueña que hace algunos de los mejores licores y cocteles del mundo, y del Instituto del Cóctel, una de las mejores escuelas de barténderes del país. Vincularon además a una decena de los mejores bares y restaurantes de la ciudad que se comprometieron a emplear a estos jóvenes cuando terminaran los estudios. Además de las clases, les dieron los pasajes y el refrigerio.
Buena parte de los jóvenes que ayer recibieron el diploma por hacer exquisitos martinis, palomas y gin tonics nunca habían probado un trago de esos en sus vidas, ni habían visitado uno de los bares o restaurantes en los que ahora empezarán a trabajar. “Era como enseñarle a cocinar pulpo a alguien que nunca había visto ni probado uno”, explica uno de los profesores.
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Y es que eso es lo que más atrae a los jóvenes al programa: que saben que las probabilidades de conseguir un trabajo que les guste y en el que les paguen bien es alta. Mientras esas probabilidades suben, las de terminar en el combo de los muchachos de la vuelta del barrio o en una red de prostitución bajan.
De hecho, ya hay más de media docena de los graduados que, como Bryan, empezarán a trabajar pronto o seguirán estudiando, como Estefanía, de 19 años, que fue la mejor en la prueba del final del curso, que incluyó un examen teórico de 30 preguntas y un examen práctico de tres cocteles, y ahora tiene una beca para seguir aprendiendo en un nivel más avanzado.
Estefanía llegó al curso a través de la psicóloga que la acompaña en Parceras, pero no en todos los casos fue así. Karina*, por ejemplo, se enteró una noche en la que trabajaba como impulsadora en una discoteca del Parque Lleras. Las impulsadoras, para quien no lo sepa, son estas mujeres, muy jóvenes, que deben salir a la calle a conquistar hombres para que entren a comprar a las discotecas. Allí la encontraron las funcionarias de la Alcaldía que le ofrecieron el curso. Lo hizo y lo terminó con juicio sin dejar de ir a trabajar. Ahora, sueña con trabajar en un bar o en una cocina y recorrer el mundo haciendo cocteles.