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Vivir bien

El hecho de que una idea me haga feliz no significa que deba pensarla, porque las ilusiones suelen dar felicidad más rápido que las verdades desagradables.

hace 20 minutos
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  • Vivir bien

Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

Tengo una amiga que se graduó conmigo del colegio y hace un año nos contó que empezaría su doctorado en filosofía.

La noticia me emocionó mucho, aunque no vi que todas se emocionaran igual. Lo normal, en la etapa de la vida en la que estoy (casi entrando a los cuarenta), es que los anuncios sean ascensos laborales, viajes, matrimonios, mudanzas o divorcios.

Mi amiga tiene una personalidad curiosa: es silenciosa, reservada, sonríe con discreción y siempre acompaña cuando sabe que su presencia suma. Supongo que ninguna entendió del todo su decisión: ¿un doctorado? ¿en filosofía?

En el podcast Decir las cosas, un par de periodistas españoles se preguntaban: ¿qué es vivir bien? Y recordé entonces a Manuel Vilas, que escribió: “Has vivido bien todo aquello que recuerdas con ternura”.

Coincido con él: cuando repaso mis recuerdos con seriedad, descubro que la ternura es quizá la mejor medida de la vida.

Vivir bien no siempre es vivir intensamente, ni viajar con frecuencia, ni acumular experiencias. Eso es estar. Vivir es distinto: vivir es buscar sentido. Y para reconocerlo, sentirlo y, finalmente, vivirlo, hay que pensar.

Quizás por eso mi amiga eligió la filosofía. Porque hay preguntas que no caben en la lista de noticias sociales que solemos celebrar. Estudiar filosofía, hacerse la pregunta por el sentido, puede sonar raro en un chat de amigas, pero es un acto de resistencia contra la velocidad de todo lo demás.

André Comte-Sponville lo dijo con claridad: “La singularidad del filósofo es que tiene dos amores: la verdad y la felicidad. Intenta vivir ambos, pero privilegiando la verdad. El hecho de que una idea me haga feliz no significa que deba pensarla, porque las ilusiones suelen dar felicidad más rápido que las verdades desagradables. La felicidad es el objetivo; la verdad, el camino”.

Leí su libro El placer de vivir con entusiasmo porque contrapone justamente eso que hoy nos nubla la mirada —la obsesión por el tener— y lo enfrenta con la claridad del pensamiento.

Un día lancé la pregunta en una reunión de amigos: ¿qué es vivir bien?

“Pues tener el futuro asegurado”, respondió uno.

¿Y qué es un futuro asegurado?, insistí.

“Trabajar hasta tener un colchón que me permita vivir tranquilo en la vejez”.

“¡Pero con lujos!”, interrumpió una amiga. “Si no, no es vivir bien”.

La conversación, que había comenzado con semejante pregunta, se volvió un inventario de objetos: un buen carro, viajes, una casa grande...

No pretendo aquí juzgar esas respuestas. Solo quería volver sobre la decisión de mi amiga: estudiar aquello que muchos consideran innecesario, pero que se volverá urgente en un futuro dominado por la inteligencia artificial.

Ella no lo eligió para ser más competente en un trabajo, sino para tener algo de claridad sobre su propia vida, sobre cómo se vive bien según ella misma.

Y en un mundo atareado, complejo, acelerado, confuso, asfixiante y escandaloso, detenerse a pensar en eso ya es, en sí mismo, una forma de vivir mejor.

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