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La bendición de poder rascarnos el culo

Kureishi me ayudó a recuperar conciencia, a entender que la salud no es eterna, que la autonomía no está garantizada y que la dignidad corporal es un privilegio sumamente frágil.

hace 8 horas
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  • La bendición de poder rascarnos el culo

Por Diego Santos - @diegoasantos

Vivimos sin darnos cuenta de lo privilegiados que somos. En este mundo frenético de banalidades, valores trastocados y satisfacciones inmediatas, hemos perdido la perspectiva de lo afortunados que somos la mayoría de nosotros de tan solo estar vivos, con salud, independientemente de nuestra condición socioeconómica. Les explico.

Recién terminé ‘A Pedazos’, el libro de Hanif Kureishi, el escritor y guionista británico autor de la icónica ‘El Buda de los Suburbios’. Rebelde y contestatario, Kureishi hizo de su vida lo que quiso. Un alma libre. Hace unos años, luego de un paseo por Roma con su novia, estando sentado, repentinamente se desmayó. Al recuperar la conciencia, no podía moverse. Quedó tetraplégico. Una simple caída.

‘A Pedazos’ es un recorrido del año que pasó en cinco hospitales de Italia y el Reino Unido en proceso de recuperación. Recuperación es un decir, porque nunca pudo hacerlo. En un segundo la vida lo despojo de toda dignidad; tan negro vio su futuro que no le quedó más remedio que revivir el pasado. Sin embargo, su recuento, que tenía como objeto ser una terapia de sosiego para él, resultó siendo un sonoro llamado de atención para el lector: valorar las cosas más simples de la vida.

Entiendo que en algunos de sus libros, el filósofo Byung-Chul Han ha abordado este asunto, el de esas simplezas que los humanos hemos dejado de gozar, y lo hace desde un contexto más filosófico, pero no por ello más profundo que el de Kureishi, quien logra que uno conecte más con él por lo crudas de sus reflexiones, incómodas a veces, como lo es el titular de esta columna.

Rascarse el culo, sobarse un dedo del pie, levantar un esfero para escribir cualquier garabato, caminar hasta la nevera para abrirla y sacar una manzana, poder bajarse la cremallera para poder orinar y luego cerrársela de nuevo, levantar un vaso para tomar agua, recoger un papel del suelo que se cayó... Nada de lo anterior nos parece fantástico. Como está ahí, no entendemos el valor de cada acción.

Kureishi lo tenía todo. Lo perdió todo. O casi todo. La verdadera libertad, la verdadera felicidad, la tenemos a la mano. La vida, a la mayoría, nos dio un cuerpo y unos órganos funcionales para hacer muchas cosas, pero la sociedad misma nos ha desligado de apreciar su valía. Padecemos de ceguera cotidiana.

Kureishi me ayudó a recuperar conciencia, a entender que la salud no es eterna, que la autonomía no está garantizada y que la dignidad corporal es un privilegio sumamente frágil. Quizás, si aprendiéramos a detenernos un segundo antes de quejarnos por nimiedades, si volviéramos a valorar lo elemental, seríamos menos crueles con la vida y con los otros. Porque al final, mientras podamos rascarnos el culo, caminar sin ayuda y beber un vaso de agua con nuestras propias manos, seguimos siendo inmensamente ricos, aunque el mundo nos haya convencido de lo contrario.

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