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Algo maravilloso sucede

Algo maravilloso sucede cuando uno imagina un lugar como el Exploratorium en San Francisco y lo preserva desde sus ideales. Algo maravilloso sucede cuando uno insiste en un festival de literatura en un rincón en un mar.

15 de agosto de 2024
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  • Algo maravilloso sucede

Por Juliana Restrepo Cadavid - JuntasSomosMasMed@gmail.com

Anoche terminé de leer el libro “Algo increíblemente maravilloso sucede” de K. C. Kole en el que cuenta la historia de Frank Oppenheimer. Frank, junto con su hermano Robert, participó en la creación de la bomba atómica encargándose de producir isótopos de uranio-235 y calcular cómo iba a ser la forma de la explosión.

Fue granjero, maestro de ciencia de bachillerato, comunista y exiliado de la ciencia formal por comunista. Buscó rayos cósmicos con unos artefactos rarísimos que recolectaban datos desde globos. Sin duda, su proyecto más bello y contundente fue la creación del Exploratorium, que se considera el primer museo interactivo de ciencias en el mundo.

El Exploratorium fue un proyecto político y social imaginado para que los visitantes pudieran explorar la ciencia y el arte a través de experiencias cercanas, desde una convicción genuina de que todas las personas tienen lo que se necesita para acercarse a ambas cosas. Frank no era de la onda “he aquí el conocimiento científico” y “he allá el resto de la gente” y “vengan les explico” sino que quería devolver la curiosidad y el deleite del descubrimiento a las personas. Imaginaba que los museos debían ser como playas públicas en las que todos nos sentimos bienvenidos.

Anoche también fui a la inauguración de la sexta edición del festival de literatura infantil de Rincón del mar. Nos sentamos en La Mulatada, un cuadrado de tierra cerca de la entrada del pueblo que linda con el centro cultural María Mulata. Fui testigo de una belleza totalizadora: Lucecitas enredadas en arbustos, cien sillas rimax alineadas,“tan bueno que al fin no llovió”, dos presentaciones de baile, una exposición de fotos y dibujos, una música compuesta localmente, un mural que hablaba de respetar el cuerpo.

Dos chicas de quince años hablaron de un proyecto que hicieron el año pasado en el que reconocieron los saberes del pueblo. En el marco de ese festival, por la mañana, conocí unas niñas que, aunque viven a cuarenta y cinco minutos de aquí, nunca habían visto el mar.

Sonreí al mirar la cara de los “Oppenheimer” locales como Yaniris, Luismi, Vera, Martin, Caro... Que tienen una convicción genuina del poder que tienen los niños, de la cultura que ya tienen dentro y que insisten en el deleite del descubrimiento. Algo maravilloso sucede cuando uno imagina un lugar como el Exploratorium en San Francisco y lo preserva desde sus ideales.

Algo maravilloso sucede cuando uno insiste en un festival de literatura en un rincón en un mar. Me siento afortunada de haber estado cerca de esa felicidad que venía por descargas eléctricas:

En las luces perfectamente colgadas, en el espacio que era un escenario, en los vestidos fosforescentes que giraban, en el discurso perfectamente articulado de Yarimar, una niña hecha en Maria Mulata, en la las preguntas de Abigail, Rosa, Elys, Sofía, en los niños acumulados en las sillas prestos a ver el espectáculo.

Una sensación en el aire húmedo de que sí es posible gracias a unas cuantas personas que nunca dejan de creerlo.

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