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Mi vecina la quebrada

Si el riesgo de 4.000 quebradas torrenciales es inminente, tenemos que reconocerlas como unas buenas vecinas, como seres vivos que estaban acá antes que nosotros.

17 de abril de 2025
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  • Mi vecina la quebrada

Por Juliana Restrepo Cadavid - JuntasSomosMasMed@gmail.com

En Colombia los humedales corresponden al 26% del territorio. Somos un país anfibio que vive entre la tierra y el agua y nuestra historia, identidad y vida cotidiana están profundamente ligadas a los cuerpos de agua como ríos, quebradas, ciénagas y manglares. El Valle de Aburrá no es distinto: por sus pendientes empinadas bajan furiosas y veloces cerca de 4.000 quebradas que confluyen en el río Medellín. Si viéramos un mapa que las dibujara todas sería un entramado denso de líneas y curvas: No hay nadie que no viva cerca de una quebrada, que no la oiga sonar duro por estos días, que no pase por una para ir al trabajo. Nos hemos asentado - todos los estratos, todos los tipos de construcción - en las riberas de los ríos y es imposible reubicarnos por falta de recursos y de tierra. Somos y seremos vecinos innegociables del agua que baja por las laderas.

Hemos querido domesticar el agua, decirle “pasa por acá, no te movás”, decirle “métete por acá, no me estorbés”, decirle “córrete para allá que yo acá voy a construir mi casa” o “así flaquita y calladita te ves más bonita”. Lo hemos hecho con fines estéticos y de paisajismo o porque las ciudades crecen y no caben. Lo hemos hecho liderados por médicos pensando en la salud pública: que la mierda se vaya lejos muy rápido y muy canalizada para no verla ni olerla ni enfermarnos. Hemos querido simplificar el agua, mirarla como un recurso inerte que es sólo molécula de dos hidrógenos y un oxígeno que se mueve, olvidándonos de que la palabra río y la palabra quebrada encierran el lecho rocoso, la vegetación de la ribera, los animales. Olvidándonos que las curvas y niveles entre las orillas controlan la velocidad y la erosión de sus márgenes.

He estado conversando varias semanas con una amiga experta del tema, Carolina Sanín, y ella me ha explicado todo esto. Si la proximidad al agua es inevitable, es necesario que el ordenamiento territorial de la ciudad considere esta característica ecosistémica y que nosotros participemos activamente en el próximo POT que debe estar listo en 2026. Si el progreso de las urbes es ineludible, es urgente superar la falsa dicotomía entre conservación y desarrollo y entender que incorporar criterios ecológicos en la planificación no frena el crecimiento sino que lo hace sostenible. Si el riesgo de 4.000 quebradas torrenciales es inminente, tenemos que reconocerlas como unas buenas vecinas, como seres vivos que estaban acá antes que nosotros. Debemos aprender a restaurar sus condiciones naturales de expansión y contracción- sus latidos - para que vivan en una resonancia sana con nosotros. Es la naturaleza la que nos dicta cómo actuar y debemos escucharla con atención. No podemos olvidarnos de lo que ya dijo el poeta Hölderlin: Dónde está el peligro, crece también lo que lo salva.

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