Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Y cuando veo a un grupo de mujeres esperando a que pase el bus, sé con certeza que a una la violaron o que es la única de sus hermanos que sobrevivió.
Por JULIANA RESTREPO CADAVID - JuntasSomosMasMed@gmail.com
El conflicto armado ha dejado un gran número de víctimas directas e indirectas. La cifra varía dependiendo de la fuente y el periodo considerado pero uno puede decir que son cerca de 9 millones si se consideran todos los tipos de violencia y violaciones de derechos humanos. Yo no había interiorizado que un quinto del país es víctima del conflicto armado.
Un quinto, 20%, una de cada cinco personas ¡Qué cifra salvaje!Los números se vuelven paisaje cuando la gente, los medios o la conversación política no los recuerda. Y se subrayan cuando ocurren sucesos tan importantes como la entrega del informe de la Comisión de la Verdad hace exactamente dos años.
Aunque en su momento la seguí con atención, leí algunos fragmentos de los testimonios - los que mi sensibilidad me permitió - y fui al Metropolitano a la obra conmovedora “Develaciones, un canto a los cuatro vientos”, yo no había integrado, por algún motivo, la magnitud del número de víctimas.
Suelo ver mis días en probabilidades y ahora no puedo dejar de dividir todos los grupos en cinco y de colorear un quinto: Las aulas, las personas que me acompañan en el metro por la mañana, las que miro en un parque público, las que cruzan el semáforo en una calle en el centro. Hacía lo mismo con las embarazadas en el consultorio cuando supe que la probabilidad de tener un aborto espontáneo en el primer trimestre si uno tiene entre 35 y 45 años es cerca de un tercio.
Sé que la distribución no es uniforme y que incluso en Antioquia la proporción de víctimas es más cercana a un cuarto, sé que un porcentaje no dice nada sobre los individuos particulares, pero vivo mis días así. Desde que sé que son tantos imagino dolores. Me siento en el bus y pienso que la señora que va al lado mío vivía en la ruralidad dispersa y cargó uno de sus bebés enfermo diez horas en medio de una empalizada del río para encontrar el puesto de salud cerrado.
Me siento en el Mamm en las escaleritas y pienso en las abuelas de Granizal, uno de los barrios con mayor número de desplazados del país, que me hablaron con nostalgia de los árboles que dejaron cuando se fueron para la ciudad. Me imagino árboles encima de un quinto de las personas: de nísperos, de mangos, de aguacates, de guayabas. Y cuando veo a un grupo de mujeres esperando a que pase el bus, sé con certeza que a una la violaron o que es la única de sus hermanos que sobrevivió.
A veces también pienso en los dolores que no veo, en los números mal estimados de tristezas, como el número de personas con discapacidad que dejó el conflicto, que sabemos está subestimado.Volví sobre esta cifra hace un par de semanas cuando escuché a tres mujeres increíbles - Sulaith Auzaque, Lina Pinto y Deisy Arrubla - hablar sobre el enmarañamiento que hay entre salud y conflicto.
Llevo algunas semanas ensayando entender qué significa. Buscando tener la compasión tan brutal que se requiere en un país donde un quinto de los que se despierta carga con algún dolor.