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“Mr. Santos called this peace but...” (“El señor Santos lo llamó paz, pero...)

hace 5 horas
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Por María Clara Posada Caicedo - @MaclaPosada

El editorial del Wall Street Journal de esta semana debería haber sido lectura obligada para cualquier colombiano que aún se pregunte si lo que está ocurriendo en este país es simplemente cuestión de “bajarle al tono” o si, por el contrario, estamos presenciando una erosión sistemática del Estado de derecho y una amenaza palpable a la supervivencia de la democracia.

“El regreso de Colombia a la violencia”, advierte -sin ambages- que el intento de asesinato del Miguel Uribe que nos tiene conmovidos a la inmensa mayoría de colombianos, no es un hecho aislado, sino el síntoma más visible de un país que resbala nuevamente hacia los abismos de la narcopolítica y la violencia que creíamos superadas.

El Wall Street Journal, con la distancia lúcida que da el estar por fuera, hace un recorrido certero por los hitos recientes de nuestra degradación institucional. Recuerda que, tras los profundos avances logrados con la política de seguridad democrática del presidente Álvaro Uribe, Colombia logró un punto de inflexión: Las FARC, los paramilitares y los carteles fueron contenidos, la democracia empezó a respirar con más confianza y el nuestro, dejó de ser un Estado fallido.

Luego, plantea el editorial, llegó Juan Manuel Santos. Su traición a las tesis que lo eligieron materializada en la decisión de negociar un acuerdo que según el WSJ, aunque llamado Paz fue más bien una rendición -“Mr. Santos called this peace but it was more like a surrender-, desvió al país del camino de bienestar y progreso que veníamos transitando y nos hizo sujetos pasivos de un marco de impunidad arreglada en contra de la decisión mayoritaria del pueblo. Desde entonces, y con mayor profundidad en el desgobierno petrista, la inseguridad ha vuelto fortalecida, cínica y con rostro múltiple: bandas criminales que dominan territorios completos, narcotráfico en expansión y un Estado que parece cada vez más incompetente e indolente. Buena parte de Colombia ha regresado a ser rehén de las armas y del miedo, mientras el presidente, con un discurso incendiario y propulsado por unos acuerdos que nunca debieron haber existido, sigue concentrando el poder en su figura y amenazando de muerte a quienes lo contradicen.

La historia enseña que las democracias no se pierden de un día para otro. Se desmoronan cuando los ciudadanos se resignan, cuando los líderes hacen cálculos y cuando los discursos se imponen sobre los hechos. Gustavo Petro aunque desesperado no está derrotado, pero algo les aseguro, puede estarlo....

Por eso no basta con indignarse o confiar en que el desastre se detendrá solo. La mayor amenaza no es Petro, es el miedo que nos hemos dejado inocular, es la apatía que se traduce en creer que tienen que ser otros los que nos salven y es la tibieza que nos hace canibalizarnos entre los que, aunque en diferencias ideológicas, somos sin lugar a dudas demócratas. Pero hay razones para no ceder al pesimismo. El país está reaccionando. Colombia aún tiene tiempo. Requerimos coraje civil, claridad moral, acción decidida y obviamente un poquito menos de ingenuidad. Cada voz cuenta. Cada voto. Cada denuncia. Cada marcha. La historia no está definida, hagamos que sea escrita en democracia..

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