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Tardías gracias para Gabriela

Gabriela sigue siendo una conversadora de cinco estrellas. Estuvo en el convento. Cambió el silencio de clausura por el mono Jaramillo.

17 de abril de 2025
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  • Tardías gracias para Gabriela

Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com

Desde ocho días antes del diluvio, los tíos han cumplido la función de historiadores de las familias. Para alegría de mi tribu, nos quedan cuatro de los 23 tíos que “hubimos”.

La mayor de las sobrevivientes es mi tía Gabriela Dominguez Calle, santabarbareña. Por el lado Giraldo nos acompañan las montebellenses Fanny, Fabiola y Consuelo de cuyas edades no pienso acordarme. A ellas recurrimos cuando necesitamos datos relacionados con nuestra pequeña-gran historia familiar.

En esta serie sobre los nonagenarios que he venido escribiendo, Gabriela es la novena invitada. Margarita Jaramillo resumió así la parábola de su mami: “Mi madre aún está muy lúcida gracias a Dios. Este año cumple 97 años y siempre la ves feliz”.

“Felices fuimos los diez hijos de Carlos y Amalia”, escribió Gabriela quien como sus hermanas María y Débora tiene la serena belleza de las Domínguez. Incluyo a mis cinco hermanas, claro.

Luz Marina, una de sus sobrinas, aportó este testimonio: “Siempre está con una sonrisa y haciendo bromas. No la recuerdo seria nunca. En algún momento nos contó que Dios la tocó con un fragmento de una uña de la mano y sintió ese peso y su poder. Se conectó con algo divino y trató siempre de plasmarlo en el papel”. Gabriela escribió varios cuadernos con sus vivencias.

Del abuelo Carlos Domínguez, próspero comerciante de sombrero aguadeño y carriel jericoano, de bigote clonado de Chaplin, escribió el padre Bernardo Calle, misionero de Yarumal, otro pariente nonagenario: “Era de una chispa humorística envidiable”. No vinimos a aburrirnos los hijos y nietos de papá Carlitos quien ordenó a su culecada meter la mano solo en el propio bolsillo.

Por el ala Domínguez somos festivos, por el flanco Giraldo, somos estoicos. Por ambas corrientes, nos dictó el trabajo. Es como si nos rigiéramos por esta pagana trinidad: trabajar, sonreír, respetar el semáforo.

Gabriela sigue siendo una conversadora de cinco estrellas. Estuvo en el convento. Cambió el silencio de clausura por el mono Jaramillo. Habla como escribía en sus mocedades: con fluidez, elocuencia, riqueza de lenguaje. Se tutea con Dios a quien le dice confianzudamente “mi Señor”.

Sobre el matrimonio de su hermano Luis con Geno, mi madre, escribió en el libro “Viaje a nuestras raíces”, un bestseller familiar escrito a muchas manos: “Se casaron en Montebello. Luego fueron a pasar la luna de miel a Santa Bárbara. Mi madre los acompañó a no sé qué negocios al pueblo y me dijo: Esta gallina la matás y la lavás vos...”.

La noche del almuerzo con gallina mis taitas juntaron lo que sabía mi padre con lo que ignoraba mi madre en asuntos sexuales, y empezaron a fabricar nueve muchachos. Gracias, Gabriela, por la afrodisíaca ave de tacaño vuelo recibida.

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