Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Por juan esteban garcía blanquicett - @juangarciaeb
Voy a decirlo sin rodeos, porque ya nos cansamos de eufemismos: Gustavo Petro jodió a mi generación. Nos vendió el cuento de la esperanza, del cambio, de “vivir sabroso”, y lo que recibimos a cambio fue un país aún más polarizado, con menos oportunidades, más improvisación y una incertidumbre que nubla los sueños de la generación más afortunada de la historia de Colombia.
Nosotros, los jóvenes, los que crecimos con la mayor cobertura en salud, con acceso a tecnología, con la expansión de la clase media, muchos apostaron —algunos con fe, otros con escepticismo, pero algunos con ilusión— por un proyecto que decía comprender las heridas históricas del país. Se hablaba de justicia social, de dignidad, de una nueva economía, de universidad gratuita y de reconciliación nacional. Pero lo que hoy enfrentamos es otra cosa: un país a la deriva, donde el gobierno parece más enfocado en dividir que en gobernar, en polarizar más que en solucionar.
En las regiones, el miedo se volvió rutina. Se habla de paz total mientras regresan los secuestros, los retenes ilegales, las extorsiones. Las disidencias se rearmaron, el ELN impone sus condiciones y el gobierno responde con silencio, o con una narrativa vacía de autocomplacencia. El Estado se ha replegado, y con él, la confianza de los ciudadanos. Nos prometieron paz y nos entregaron terreno controlado por ilegales. Y mientras tanto, la juventud más vulnerable —la de los barrios populares, la de la Colombia rural— es la que más sufre. Se prometió protegerla, pero se le entregó al abandono, a los grupos armados, a la ley del más fuerte. ¿Qué futuro se puede construir en un país donde el miedo gobierna más que el presidente?
En lo económico, y especialmente en el manejo de la energía, el país fue arrastrado hacia una “transición” que no tuvo ni calendario, ni diagnóstico serio, ni respaldo técnico. La decisión de frenar la exploración de hidrocarburos se tomó más por ideología que por razón, y eso tiene consecuencias. La inversión extranjera se redujo, los costos energéticos aumentaron, y hoy enfrentamos una posible crisis de abastecimiento. Lo que necesitamos es innovación con criterio, no discursos sin rumbo. Petro lo entendió todo al revés.
Y quizás lo más doloroso para mi generación es la traición a la educación. Nos hablaron de universidad gratuita, de ampliar la cobertura, de llevar la educación superior a las regiones, pero no hubo política pública clara. Los programas que daban algún alivio a jóvenes de bajos recursos están paralizados o mal gestionados. La educación no puede ser solo una bandera de Campaña. Es el punto de partida de cualquier país que se tome en serio su futuro. Petro no se lo tomó en serio. Y nosotros estamos pagando las consecuencias.
Rendirse no es opción. El error no fue querer cambiar, sino confiar en un cambio improvisado y sin acuerdos. Ahora nos toca actuar. El 2026 es nuestra oportunidad de corregir el rumbo, con un proyecto sensato que una lo social con lo institucional, que entienda que sin empresa no hay empleo, sin orden no hay paz y sin educación no hay libertad. Esta vez, nos toca a nosotros los jóvenes. Porque aunque nos jodieron, aún estamos a tiempo. No dejemos que lo hagan de nuevo.