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Por Rubén Darío Barrientos G. - opinion@elcolombiano.com.co
La premisa no es otra: Colombia es hoy un país sin líderes políticos. No hay un adalid que convoque, que congregue y que aglutine fuerzas de cara a una contienda electoral. Estamos llenos de paracaidistas que aterrizan en la arena política, muy saturados de transfuguismo, cansados de políticos sin peso y hartos de vueltacanelas de personajes que militan donde les convenga. Y allí emergen las consultas interpartidistas, como una muestra fehaciente de la ausencia retratada de caudillos políticos. Convergen en ellas una miscelánea de políticos, politiqueros, outsiders, aparecidos, tibios y muchos que en su inseguridad y flaqueza sienten que deben recibir respaldos y que, son conscientes, de que no llegan y que acuden a tramar sumatoria de votos.
La prosopopeya rumba en esos mecanismos. Y ya tenemos que acostumbrarnos no solo a las consultas internas de los partidos sino también a las consultas interpartidistas. Y va uno a ver y descubre que entre los de la contienda no hay siquiera afinidad ideológica ni consensos, sino oportunismo y ventaja. Muchos se autoproclaman precandidatos cuando su recorrido es mínimo y dependen en figuración de haber ocupado un solo cargo público. La retórica lleva a hablar de eufemismos como “la gran consulta por Colombia”, para darles relieve a personas que no alcanzan a llegar a una primera vuelta jamás. Y a ello se le suma que, en medio de las consultas, irrumpe el “voto sabotaje”, por cuanto allí pueden marcar la equis propios y extraños.
También se suman defectos como los costos elevados de las consultas (gastos significativos para el Estado), participaciones no muy fluidas, persistencia de vicios (clientelismo e intereses ocultos) y repetición de viejas prácticas politiqueras. Esa ventana electoral depara un candidato de coalición, ratificando que el elegido se confiesa insuficiente en posibilidad y que recibe un revulsivo para intentar hacer algo por lo menos decente. Estamos en el apogeo de la fragmentación ideológica y de la liviandad política, donde brillan por su ausencia los liderazgos fuertes. No hay figuras que encarnen un proyecto de país claro y la desilusión ciudadana campea por doquier.
No se proyecta una imagen de caudillaje definido, en medio de un descontento nacional (terreno propicio). Por eso, el que sea visto como “salvador de la patria”, por cualquier fraseología o promeserismo de soluciones rápidas o el que ataque el establecimiento actual, medio llena el vacío y mueve el tablero. Estas consultas son primas hermanas de las firmas, que son otra mentira, porque muchos aspirantes las capitalizan para decirles a las audiencias que son votos seguros. Ya cantaron que la registraduría tendrá que revisar 28,5 millones de rúbricas, todo un récord dada la sobreoferta de candidatos. Seguimos entre las sombras de las incoherencias.
Como anillo al dedo, cae una reciente columna de Alfonso Gómez Méndez en El Tiempo, titulada “Baile de máscaras” (16 de diciembre último), de la cual entresaco este apartado: “se mantienen los vicios tradicionales de la política: el dedazo, el nepotismo, la incoherencia ideológica y los avales, en varios casos sin ningún análisis de antecedentes de los candidatos”. La MOE ha dicho que, si las consultas no se acompañan de pedagogía, no funcionan y la gente no acude”. ¡Feliz año 2026 para los lectores: sin consulta y desde el corazón”.