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La ciencia explica por qué el cerebro puede llevarnos a elegir mal en el amor

Un reciente análisis académico advierte que bastan 0,2 segundos para que sustancias como la dopamina o la oxitocina nublen el juicio y refuercen vínculos que no siempre resultan saludables. ¿Cómo influye ese “cóctel químico” en las decisiones del amor y por qué puede llevar a elegir mal?

  • Según la neurociencia, el enamoramiento activa un cóctel químico en el cerebro. FOTO Pixabay
    Según la neurociencia, el enamoramiento activa un cóctel químico en el cerebro. FOTO Pixabay
hace 59 minutos
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El amor acelera el pulso, nubla la razón y, en apenas 0,2 segundos, puede convencer a cualquiera de que ha encontrado a “la persona indicada”. Lo que parece magia, sin embargo, tiene una explicación científica: al enamorarse, el cerebro activa tres regiones clave —el área tegmental ventral, el núcleo accumbens y la amígdala— y libera un cóctel de sustancias como dopamina, oxitocina, vasopresina, adrenalina y serotonina. El resultado es una tormenta química que impulsa el deseo y el apego, pero también reduce la capacidad de análisis, abriendo la puerta a decisiones afectivas poco conscientes.

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Con motivo del Día del Amor y la Amistad, el Doctorado en Neurociencia Aplicada y Comportamiento de la Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá, presentó una revisión académica que traduce estas evidencias científicas a un lenguaje cercano y práctico. La advertencia es clara: el corazón late, pero es el cerebro quien decide... y no siempre acierta.

En EL COLOMBIANO hablamos con Sandra Milena Camelo, directora del doctorado y de la iniciativa, sobre el tema.

¿Qué motivó al doctorado a revisar la relación entre el cerebro y las decisiones afectivas?

“En nuestro doctorado trabajamos distintas líneas de investigación, y una de ellas se centra en lo afectivo y social. La idea fue reunir y analizar la evidencia científica más reciente para entender y ofrecer claridad sobre lo que sucede en nuestro cerebro cuando establecemos vínculos afectivos y, sobre todo, cómo esas dinámicas influyen en las decisiones que tomamos”.

Uno de los hallazgos más llamativos es que en apenas 0,2 segundos el cerebro desencadena una tormenta química. ¿Qué ocurre en ese instante?

“La neurociencia ha mostrado que emociones y sensaciones se activan en milésimas de segundo. Es un proceso eléctrico, químico y físico que sucede muy rápido. Lo que tenemos en ese momento es un verdadero cóctel químico que organiza respuestas emocionales: desde mariposas en el estómago hasta ansiedad o agitación al ver a alguien que nos atrae”.

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¿Cuáles son esas sustancias que componen el “cóctel químico del amor” y cómo afectan nuestro juicio?

“Hay varias. La dopamina es fundamental: genera placer y motivación, nos impulsa a buscar más del otro. La oxitocina y la vasopresina funcionan como un pegamento, fortaleciendo el apego y el vínculo. La adrenalina acelera el corazón y nos llena de energía, como una montaña rusa emocional. Y la serotonina ayuda a regular, a mantener cierto equilibrio. Todas juntas preparan cuerpo y mente para enamorarnos, pero también pueden nublar nuestra capacidad de análisis”.

Los neurocientíficos explican que la corteza prefrontal puede bajar la guardia cuando domina la emoción. ¿Qué implica esto en términos de malas decisiones afectivas?

“Sí. Es como si hubiera un ‘hackeo químico’. Cuando bajan los niveles de serotonina, la corteza prefrontal —que normalmente analiza riesgos y consecuencias— queda subordinada al dominio de la dopamina y otros neurotransmisores. Eso nos hace menos racionales y más impulsivos, llevados por el instinto y el placer. Ahí es cuando aparecen idealizaciones y decisiones que después no resultan tan acertadas”.

Y, ¿cómo influyen sesgos como la idealización o el tiempo invertido en que las personas se queden en relaciones dañinas?

“El cerebro prefiere la seguridad de lo conocido. Si hemos invertido mucho tiempo en una relación, tendemos a pensar que dejarla sería perder todo lo entregado. Eso refuerza la permanencia, incluso si nos hace daño. A eso se suma la idealización: vemos al otro como perfecto porque estamos bajo la influencia de las sustancias químicas. Y también el apego, que nos lleva a aferrarnos a lo familiar. La combinación puede mantenernos en vínculos tóxicos y nocivos para la salud emocional”.

Según cifras del DANE las búsquedas en Google sobre ‘relaciones tóxicas’ aumentan hasta un 30 % en septiembre y las tasas de divorcio en Colombia han crecido un 18 % en los últimos cinco años. ¿Cómo se conecta este panorama con lo que la neurociencia explica sobre nuestras decisiones afectivas?

“En un estudio reciente que hicimos en el Tolima identificamos variables ambientales, contextuales y relacionales que influyen en decisiones afectivas inadecuadas. Muchas personas replican patrones aprendidos en la familia o en experiencias pasadas que no son favorables. Eso, sumado a los factores químicos, puede llevar a respuestas extremas, incluso a conductas autodestructivas. Por eso es clave reeducar y redefinir cómo nos relacionamos, con acompañamiento profesional cuando sea necesario”.

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En la práctica, ¿cómo puede alguien distinguir si se está enamorando desde el impulso químico o desde una decisión más consciente?

“El cuerpo nos da señales. Si sentimos ansiedad excesiva, taquicardia, sudor en las manos o insomnio, probablemente estamos dominados por la química. Es normal experimentar cierta euforia, pero cuando la intensidad desborda, conviene frenar y reflexionar. Cuestionarse a uno mismo y activar la reflexión consciente ayuda a equilibrar emoción y razón”.

Ustedes proponen cinco claves para amar con cabeza y corazón. ¿Cuál es la más difícil de aplicar?

“Cuando estamos bajo el dominio del cóctel químico, todas resultan difíciles. Pero quizá la más retadora es hacerse preguntas a futuro: proyectarse cinco o diez años con la pareja y preguntarse si ese camino construye, si nos nutre, si nos hace crecer. Ese ejercicio activa la corteza prefrontal y nos permite tomar decisiones más aterrizadas”.

¿El autoconocimiento tiene algún papel en todo este proceso?

“Sí. La tarea más difícil y al mismo tiempo la más importante. Conocernos implica entender cómo respondemos al miedo, a la frustración y al apego. Ese proceso nos da flexibilidad emocional y nos permite construir vínculos más saludables. Además, el autoconocimiento convierte al cerebro en un aliado para decisiones afectivas más asertivas”.

Para cerrar: ¿qué le diría a quienes celebran este Día del Amor y la Amistad, pero cargan con la duda de si están en la relación correcta?

“Que apliquen las claves: detenerse, preguntarse si lo que viven vale la pena, si la relación los hace crecer y construir con el otro. Y que aprendan a reconocer las señales: si algo desborda y genera daño, es momento de frenar o de buscar ayuda. El amor se celebra, sí, pero también se cuida con conciencia”.

5 recomendaciones para quienes quieren relaciones más sanas, según el análisis

1. Dar tiempo y espacio: las sustancias químicas empujan a decidir rápido, frenar la marcha permite recuperar el control racional.

2. Hacerse preguntas a futuro: imaginarse con la pareja en cinco años ayuda a separar emoción de realidad.

3. Revisar la coherencia: comparar lo que sentimos con lo que vivimos evita caer en idealizaciones peligrosas.

4. Escuchar a terceros: amigos y familiares, fuera del “cóctel químico”, suelen ver lo que nosotros ignoramos.

5. Observar el cuerpo: ansiedad, taquicardia o mariposas constantes indican que manda la emoción; la calma y la seguridad suelen acompañar decisiones más equilibradas.

¿Qué neurotransmisores están involucrados al enamorarnos?
Dopamina, oxitocina, vasopresina y serotonina son algunos. En las primeras etapas, hay altos niveles de recompensa (dopamina) y baja regulación del juicio.
¿Por qué idealizamos a la pareja al inicio de la relación?
Porque partes del cerebro encargadas de críticas o juicios se “apagan” temporalmente, y el sistema de recompensa amplifica lo positivo mientras omite lo negativo.
Los sesgos hacen que nos fijemos en lo que queremos ver; podemos sobrevalorar características deseables, ignorar rojas señales o repetir patrones aprendidos social y emocionalmente.
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