El 10 de septiembre, Día Mundial de la Prevención del Suicidio, vuelve a poner sobre la mesa una de las problemáticas de salud pública más urgentes: la vulnerabilidad de niños y adolescentes frente a la depresión, la ansiedad y la falta de acompañamiento.
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La Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló en dos se sus más recientes informes —World mental health today 2025 y Mental health atlas 2024— que más de mil millones de personas en el mundo viven con algún trastorno de salud mental, y que el suicidio causó alrededor de 727.000 muertes en 2021, siendo una de las principales causas de fallecimiento entre jóvenes de todos los contextos. Aunque se han logrado avances en algunos países, la reducción de la mortalidad no alcanza la meta fijada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible: en vez de la reducción del 33 % proyectada para 2030, si la tendencia sigue, apenas se logrará un 12 %.
En Colombia, la situación es también crítica. De acuerdo con el Instituto Nacional de Salud (INS), el 40 % de los intentos de suicidio en 2024 fueron protagonizados por personas entre los 5 y los 19 años. El país registró 38.769 casos de intento de suicidio en ese mismo año, un incremento del 48 % frente a 2020. En promedio, cada día se denuncian 206 casos de presunta vulneración de derechos de niñas, niños y adolescentes. A esta realidad se suma el aumento de las violencias, la pobreza y la exclusión educativa, factores que agravan el riesgo en la niñez y la juventud.
Para el psicólogo Sebastián Arbeláez, coordinador de Salud Mental de la Fundación Éxito, la prevención pasa por algo tan básico como la creación de espacios protectores en hogares y colegios. “Lo importante es que los niños sientan que están en un lugar donde pueden confiar y ser escuchados. Si solo reciben instrucciones y no tienen espacios para expresar lo que sienten, se cohíben y dejan de hablar de lo que realmente es importante”, explica. Esa confianza se complementa con la ‘aceptación incondicional’, la certeza de que hay al menos una persona que los quiere por lo que son, sin condiciones, y que se convierte en un soporte fundamental para superar las dificultades.
El colegio, añade, es otro escenario decisivo: allí las figuras de autoridad deben poner límites y al mismo tiempo proteger, mientras que los compañeros cumplen un rol clave como pares empáticos. “Los profesores además de orientar deben convertirse en figuras de protección. Y los pares deben ser capaces de señalar errores sin hacer daño, desde el acompañamiento”, sostiene Arbeláez.
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La identificación temprana de señales de alerta es otro aspecto vital. Cambios bruscos en las rutinas, como la pérdida de interés por actividades habituales, el aislamiento repentino o la presencia de expresiones negativas sobre sí mismos, pueden ser señales de alarma. En ese sentido, el psicólogo advierte la importancia de escuchar el lenguaje de los niños: frases como “no sirvo para nada” o “a nadie le importo” no deben pasar inadvertidas. En el caso de los adolescentes, pese a que los cambios emocionales son parte de su desarrollo, si estos persisten o se tornan autodestructivos, se requiere atención inmediata.
La irrupción de las redes sociales ha traído un desafío adicional. Exponen a los jóvenes a comparaciones constantes con modelos de vida irreales que alimentan sentimientos de frustración. “Gran parte del problema actual es que muchos adolescentes siguen cuentas que muestran una vida perfecta, inalcanzable. Como no tienen todavía las herramientas psicológicas de un adulto, terminan comparándose y sintiendo que su vida no vale tanto”, advierte Arbeláez. Al mismo tiempo, reconoce que pueden convertirse en espacios de apoyo: comunidades virtuales que promueven la salud mental, difunden información confiable o conectan con líneas de ayuda. El reto está en el acompañamiento adulto para orientar el uso responsable de estas plataformas.
En paralelo, la expansión de herramientas de inteligencia artificial, como ChatGPT, abre un nuevo debate. “Estas herramientas son útiles para muchas cosas, pero no reemplazan de ninguna manera a un profesional de la salud mental”, subraya Arbeláez. Recomienda que adolescentes y familias no compartan información sensible y que verifiquen siempre lo que reciben en fuentes oficiales. Asimismo, recuerda que en Colombia no existe aún una regulación sobre el uso de la IA en salud mental, por lo que el papel de los adultos en establecer límites y educar a los jóvenes es indispensable.
La forma en que los medios de comunicación abordan el tema es otro factor que puede influir en la prevención. Para Arbeláez, no se trata de evitar hablar del suicidio, sino de hacerlo de manera responsable: “No es necesario ni útil dar detalles del método. Se debe informar con un enfoque de esperanza, visibilizando las líneas de atención y las posibilidades de apoyo”.
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En medio de cifras alarmantes, el mensaje central de este Día Mundial es que el suicidio se puede prevenir si se construyen entornos protectores y de confianza. El psicólogo lo resume así: “Todos en algún momento de la vida hemos sentido tristeza o desesperanza. No estamos solos. Siempre hay al menos una persona o una institución dispuesta a escuchar y acompañar. Lo más importante es que los jóvenes busquen esas redes de apoyo cuando lo necesiten”.