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Todos queremos saber

Muchos profesores se quejan de lo malos que son los estudiantes, de esa falta de apetito por el conocimiento, de lo brutos que son. No creo que sea del todo cierto.

hace 4 horas
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  • Todos queremos saber

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Siempre recuerdo con agrado la escuela donde estudié y mi colegio. No necesariamente porque haya aprendido mucho, sino porque de alguna manera entendí que ese tedio que sentí en ciertas clases, la dicha que me embargaba cuando escuchaba a un par de profesores, lo decepcionante que era no entender ciertas materias, me ayudaron a soñar de otra forma la realidad. La educación transforma a las personas y en esa medida, alguien que creía que no servía para nada, encuentra el matiz de su salvación.

Pero no siempre este encuentro es simple. A veces tarda, a veces duele muchísimo hallarlo, porque dejar de ser un “zoquete” es difícil; por eso me gusta tanto releer y compartir “Mal de escuela” de Daniel Pennac, un libro que aborda la figura del estudiante calavera, ese que se acostumbra al cero y cree que nadie podrá sacarlo de esa redondez tan “apacible”.

En una vieja columna hablé de este escritor francés y sus muchos problemas como estudiante. Cuando al pobre le preguntaban: “¿Comprendes?”, él no comprendía. Según él, tardó un año para entender la letra “a”. Llegó a creer que incluso el perro de la casa lo “pillaba” todo antes que él. Hasta que fueron llegando profesores que lo salvaron, le demostraron que tenía talento, no sólo para hacer rebotar las piedras en el lago (importantísimo), sino que le despertaron las ganas de ser profesor para poder ayudar a otros zoquetes que sufrían en la escuela tanto como él sufrió.

Lastimosamente, como se lee en este libro que no me cansaré de recomendar a quienes han perdido la esperanza en los jóvenes, algunos estudiantes se persuaden muy pronto de que las cosas son así, y si no encuentran a nadie que los desengañe, como no pueden vivir sin pasión, desarrollan, a falta de algo mejor, la pasión del fracaso, y ese tal vez sea el peor error de todos; por eso el profesor, el bueno, además de sacar del limbo del cero al estudiante, debe descubrir para qué sirve cada uno.

Hoy, muchos profesores se quejan de lo malos que son los estudiantes, de esa falta de apetito por el conocimiento, de lo brutos que son. Yo no creo que esto sea del todo cierto, ni siquiera si consideramos los problemas sociales que muchos enfrentan. La escuela tiene que ser un espacio abierto para que el alumno se descubra, sueñe, “el mal alumno tomará las riendas cuando le hayáis enseñado a tomar las riendas”.

Tal vez lo que le falta a los profes son cursos de ignorancia, como propone Pennac, porque la primera cualidad de un profesor debiera ser la aptitud para concebir “el estado de quien ignora lo que vosotros sabéis”. El profesor debería recordar siempre en qué es o ha sido ignorante para poder enseñar con paciencia y humildad lo que a algún estudiante no le resulta tan elemental. Si los profesores compartieran no sólo su saber sino el propio deseo de saber, y priorizaran el amor sobre el método, los estudiantes podrían llegar a creer que eso de ser zoquete puede superarse.

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