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Eustiquia Amaranto, la abuela del bullerengue en Urabá, tiene 97 años y versea de memoria

La Voz Insigne del Bullerengue, maestra de generaciones de cantadores, es de Turbo.

  • Eustiquia Amaranto Santana junto a un mural con su rostro en su casa ubicada en Turbo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
    Eustiquia Amaranto Santana junto a un mural con su rostro en su casa ubicada en Turbo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
  • Eustiquia Amaranto Santana en su casa en el barrio Juan XXIII de Turbo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
    Eustiquia Amaranto Santana en su casa en el barrio Juan XXIII de Turbo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
hace 18 horas
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En 1950 dijeron en un lugar llamado Guadualito que Turbo se estaba quemando, que volaban las láminas de zinc de las casas, que todo estaba destruido. Hubo desconcierto, pasaron la noche en vela. Un señor cogió camino madrugado para ver qué había quedado. La sorpresa fue que no había pasado nada: la gente iba como cada mañana para misa. Eustiquia Amaranto Santana, la cantadora más antigua del bullerengue con 97 años, escuchó la historia, empezó a versear y así compuso su primera inédita.

—Señores, vengo a contar lo que pasó en la región. Eustiquia salió corriendo y gritaba en combinación. Decía la Chola: “se quema Turbo, miren la claridad”. La maestra Catalina no cesaba de llorar. “Sólo pienso en mi hermanita, que la tengo allí solita. Ay, Dios mío, qué calamidad. Que se quema, que se quema, miren la claridad”. Fidelia salió corriendo: “Cholo, déjame pasar. Si Turbo se está quemando, ¿dónde vamos a mercar?”. Todo el mundo madrugó a recoger las cenizas. Cuando llegaron al Waffe, todos iban para misa. “No se quema, no se quema, miren la claridad”. Turbo no se quemó. Después del llanto, felicidad.

Eustiquia nació el 29 de septiembre de 1928 en Turbo. En una reseña de la Universidad de Antioquia dice que antes de ser la bullerenguera más reconocida del Caribe antioqueño fue partera, rezandera, sabedora de medicina tradicional, barequera de oro, pescadora, cocinera tradicional, trabajadora del campo, madre de diez hijos, abuela de 46 nietos y de 35 bisnietos.

Conversamos en la sala de su casa en el barrio Juan XXIII de Turbo. Es el día de la Afrocolombianidad, antes y después de la entrevista tenía actos de reconocimiento en el municipio. Su nieto le puso un vestido de colores y un ramo de flores plásticas en la cabeza. Se sienta en el mueble donde toma la siesta; cruza las piernas, está descalza. Conversa como si estuviera cantando, cada respuesta la remata con un verso.

—¿Qué le cuento que no he sido yo? Lo único que no fui joven fue callejera. Pero donde me llevaba el bullerengue, allá iba. Lo aprendí de Dios. Yo me acostaba y, cuando despertaba, mantenía una silla en mi cuarto y tenía un cuaderno. Escribía dos estrofas. Me acostaba, volvía, estrofeaba y así. Toda es mi inspiración. Nunca canto un bullerengue viejo. Se me dio cantar una décima a Simón Bolívar. Esa la saqué, dice: “El día 20 de julio de 1810 la tierra se estremeció, nuevo gobierno nació. Batalla inolvidable de mucha sangre y tormento, en muchas casas velorio y en España los lamentos”.

Eustiquia Amaranto Santana en su casa en el barrio Juan XXIII de Turbo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
Eustiquia Amaranto Santana en su casa en el barrio Juan XXIII de Turbo. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA

En torno al bullerengue se articulan expresiones festivas y rituales que surgen de la vida diaria y dan forma a un lenguaje propio de músicas y danzas. Eustiquia encarna ese vínculo entre la historia y la actualidad del bullerengue, desde Bolívar hasta Urabá. En 2013, la nación bullerenguera la reconoció en Puerto Escondido, Córdoba, con el título de “La Voz Insigne del Bullerengue”.

Le cantan a la simpleza de la cotidianidad, a las historias de la guerra, a su padre que quiso tanto, al dolor de una madre, al abandono, pero también le canta alabanzas a la vida, a Dios, a la Virgen. Las destrezas de Eustiquia para versear le han permitido transmitir sus conocimientos como herencia para quienes vienen detrás. Durante tres décadas formó parte del grupo Brisas de Urabá, al que llegó y se consolidó como sucesora de la cantadora Arsenia Asprilla Córdoba, de quien también conserva algunos cantos que aún interpreta.

—Del bullerengue usted saca vallenato, saca sexteto, saca lo que usted quiera. Saca una canción que le guste. Es emoción, una diversión. Cuando íbamos a lavar en batea al río, cantaba: “Yo soy la Justa Amaranto, la del corazón de oro. Cada una, cada cual. No hay cosa que se me ponga que yo no salga con na’. Cada una, cada cual. Cada una en su lugar”. Y usted nunca siente tristeza porque está pendiente de lo que está cantando memorialmente. Empecé a los 45 años y más nunca he podido dejar de cantar.

La Justa ha inspirado la conformación de nuevos colectivos que mantienen viva esta manifestación cultural. Dentro de su comunidad, es reconocida como guía del canto y del conocimiento tradicional del bullerengue, y es punto de referencia para cantadoras, cantadores, tamboreros y bailadores que han seguido su huella.

Eustiquia cuenta que vivió en medio de dos ríos en el Chocó, que estuvo doce años sacando oro, que la crió su papá y su abuela Nicolasa Palacio, y que le enseñó a leer y escribir su maestra Catalina Licona. Dice que para tener buena memoria toma jarabe de rábano llorado que le traen los curanderos de culebra, que mantiene su frasco lleno de jarabe y un termo con tinto en panela. Cantó en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Montería y Panamá.

Sergio Ruiz Tabares, entonces coordinador de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia, le dijo a este periódico hace cinco años que Eustiquia representa el antiguo y aún vigente matronato de las mujeres hacedoras de memoria. Es una de las únicas cantaoras que pueden conectar al Caribe y al Pacífico. La maestra ha logrado conectar estos mundos y solo es posible a través de sus experiencias de vida que han fluctuado entre el Atrato y haber nacido en Turbo; el Caribe por sus familiares, dijo.

Eustiquia se despide con un verso.

—Aquí estoy porque he venido, porque he venido aquí estoy. Si alguna cosa merezco, despáchame que me voy. (...) Si cantando yo me muero, no me lleven al panteón, porque ahí están los difuntos y se valen de la ocasión.

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