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¿Cuáles son las conversaciones del siglo XXI?

Colombia no necesita importar soluciones. Necesita exportar sus aciertos. Pero para eso, primero hay que creer que los tenemos.

hace 5 horas
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  • ¿Cuáles son las conversaciones del siglo XXI?

Por Juan Carlos Manrique - jcmanriq@gmail.com

En 1280 nació en África Musa Keita, considerado el hombre más rico de la historia. Nunca probó la pizza, el helado de vainilla o la bandeja paisa. Tampoco tomó una aspirina, encendió un aire acondicionado ni viajó en tren. Hoy, cualquier colombiano o ciudadano del mundo en un entorno mínimamente sano vive mil veces mejor que Musa Keita.

El progreso de la humanidad ha sido brutal. El verdadero reto es lograr que ese bienestar sea incluyente. Es hora de que los colombianos reaccionemos, experimentemos y subamos a Colombia en el bus del progreso. ¿Y si empezamos a tener esta conversación hoy? Y, por un instante, dejamos de hablar de Petro y los 100 candidatos tipo Panini. ¿Seguiremos atrapados en la coyuntura de “Petro contra todos y todos contra Petro”? ¿O nos atrevemos a tener conversaciones potentes y necesarias del siglo XXI? Como las están teniendo otros países, en medio de la incertidumbre. Somos prisioneros de una peligrosa obsesión: copiar modelos ajenos como si fueran pócimas mágicas. Singapur, Finlandia, Suecia, Japón ... nombrarlos no basta para heredar su desarrollo. Ningún país se transformó imitando a otro.

Lo dijo sin rodeos Xavier SalaiMartin durante la clausura del Foro de Desarrollo Local de la OCDE en Barranquilla: el progreso no se importa, se experimenta. Se descubre desde el hacer. Desde la identidad de cada nación, de cada territorio. No hay una sola estrategia. Hay muchas. Son situacionales. Son únicas. Copiar sin contexto es una forma elegante de estancarse. Es planear para fracasar. ¿Queremos empleo como el de Suecia? Genial. Pero allá las reglas se respetan. Por eso, en España, al intentar copiar a Suecia, el desempleo se disparó. ¿Por qué? Porque ignoraron la cultura, el contexto, la historia. Porque creyeron que el desarrollo era “copy-paste”: copiar, pegar, aplicar.

Necesitamos decirlo sin vergüenza: Colombia no necesita recetas prestadas. Necesita confianza para crear las propias. ¿Queremos transformar nuestros territorios? Entonces hay que tratarlos como lo que son: laboratorios vivos. Emprender, elegir, experimentar, fallar, ajustar, insistir.

Cuando SalaiMartin visitó el Museo al Aire Libre de Barrio Abajo, no vio murales. Vio política pública en acción. Vio comunidad, identidad, riesgo, belleza y propósito. Todo eso que nunca aparece en los papers del Banco Mundial, pero que sí cambia vidas.

Colombia no necesita importar soluciones. Necesita exportar sus aciertos. Pero para eso, primero hay que creer que los tenemos. Hay que dejar de pensar que todo lo bueno viene de afuera y empezar a reconocer lo mucho que hemos logrado: en los municipios, en las regiones y también en nuestras ciudades.

La gran lección de Barranquilla —y también de Medellín— es clara: el desarrollo no se decreta, se experimenta. Y si no entendemos eso, seguiremos atrapados en un eterno “casi”. Casi como Finlandia. Casi como Suiza. Casi ganamos la Copa América.

Colombia no tiene que parecerse a nadie. Tiene que atreverse a ser ella misma. Ese es el primer paso real hacia el progreso. Por eso espero con entusiasmo el nuevo libro de Alejandro Salazar, Colombia Ganadora. Porque este es el tipo de conversación ambiciosa, propositiva y necesaria del siglo XXI.

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