Pico y Placa Medellín
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En las ferias o en las librerías agáchese suelo preguntar si tienen ejemplares de fulano de tal. Y doy mi nombre. ¿De quién?, me preguntan.
Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com
No me considero biografiado por Quevedo y Villegas cuando habla de “un hombre a una nariz pegado”. Apenas me siento aludido. Bajo otro papa, he contado que mi primera inquietud de niño fue de índole estética: le preguntaba a mi madre si yo era feo como decían los niños en la escuela. Mi bella y orgullosa madre discrepaba de los bajitos que “buliniaban” a su negro. A pesar de su dudoso aval, quería crecer rápido para parecerme al monito Alan Ladd en la película Shane.
De esa época de piernieludo data mi devoción por los libros. El primero fue Lejos del nido, de Juan José Botero, que oímos por radio. Los libros físicos los teníamos en préstamo de la Biblioteca Pública Piloto.
Gracias a mi cuasipluscuamperfecta nariz desarollé cierta habilidad para clasificar los libros. Si me huelen bien, sé que los voy a disfrutar. Tengo en capilla para releer ficciones de Salgari, Dumas, Verne y Twain en ediciones proletarias de Sopena, Porrúa y Rei.
Algo parecido me sucede con el periódico: me huele a gloria, o sea, a tinta, cuando lo leo en las mañanas. Me hace sentir feliz saber que estaré chupando gladiolos cuando el libro o el periódico dejen de circular. (No lo quiera la Chinca).
En las ferias o en las librerías agáchese suelo preguntar si tienen ejemplares de fulano de tal. Y doy mi nombre. ¿De quién?, me preguntan. Cuando repito me despachan con cuatro palabras: “No manejamos ese registro”. Loado sea Alá porque en esta encarnación me escapé de los horrores de ser best seller.
No todo está perdido. Encontré en esta Fiesta del Libro de Medellín uno del cual soy compilador, ¿Adónde van los días que pasan?, reeditado por Luna-Libros con prólogo de Darío Jaramillo Agudelo, ganador este año del premio León de Greiff de Poesía. De haber sido jurado, Jaramillo jura que se lo habría dado a Juan Manuel Roca o a Rómulo Bustos.
Sus fans llevábamos crispetas para comer mientras escuchábamos su discurso de recepción. “Para salir de esto”, como dijo sin mucha poesía, nos embolató leyendo dos poemas.
Un contemporáneo suyo, Gustavo Molina, excónsul en Estocolmo, postuló a Jaramillo Agudelo al Nobel de Literatura la noche que le entregaron el premio. Sus compañeros bachilleres del colegio de San Ignacio de 1965 le dieron placa en reconocimiento “al magnífico poeta, orgullo de nuestra generación”.
Molina recordó que el panida León de Greiff fue candidato al Nobel, pero le faltó promoción. Por ese motivo, sus contemporáneos ya están en campaña. Encabezan la ofensiva Alfredo de los Ríos, Raúl Chavarriaga, Guillermo Palacio, José Miguel Gómez y Molina. Me ofrezco a volver a Estocolmo a cubrir la noticia y a cargarles la maleta a todos si Darío gana el premio. Mientras tanto, compren mi libro, antes de que me agote.