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Cuando menos pienses te darás cuenta de que las plantas te hablan sin hablar. Entiendes cuando te piden más agua, más sol, más sombra o simplemente un cambio de lugar o de abono.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
La última vez que me mudé de casa me di cuenta de algo perturbador: no tenía ni una sola planta. Las de la casa anterior estaban tan grandes y arraigadas en rincones y barandas que fue imposible mudarlas. Lo primero que hice fue ir a un vivero en donde recibí mi primera lección: cuando compras una planta no compras una planta, compras tiempo y sol acumulado, compras meses o años de cuidados. Ese día no salí del vivero con un camionado de plantas, sino con ciento treinta años. Al día siguiente regresé y, en vez de pedir las cuatro palmeras que me habían hecho falta, pedí dos años, los cuales cuñé con seis meses de romero y cuatro de albahaca. Ahora miro al jardín para que no se me olvide cuánto vale el tiempo.
Está claro que ya no soy una simple aficionada, sino una señora de las plantas en toda regla. Por eso me atrevo a asegurar que quien las cultiva, las riega, las abona, las cuida y las admira adquiere una consciencia impresionante de su valía. Ellas avivan tu capacidad de asombro, te recuerdan que hay que conmoverse con un brote o una flor. El que osa cortar un árbol ciertamente jamás ha sembrado uno. Lo siguiente es robar piecitos de todos los jardines, rescatar plantas abandonadas o víctimas de desastres naturales. Después de cada viaje, mis zapatos regresan dentro de la maleta repletos de semillas y esquejes envueltos en servilletas. Sobra decir que planeo mis viajes de acuerdo al último riego y, si la ausencia será muy larga, le pido a mi cuñado que venga a mi casa a regarlas. Hay que elegir bien a quién pedirle ese favor porque no todo el mundo tiene la paciencia para quedarse observando una planta y determinar cuánta agua necesita. También comienzan los trueques con otras señoras y señores de las plantas. Los identificas con solo mirarlos. He aquí otra lección: las plantas que uno prende, intercambia, rescata, regala, riega y admira, son mucho más que plantas, son una manera de demostrarle amor a los demás y a uno mismo. Ya ven, el amor puede expresarse de formas diferentes y floridas.
Cuando menos pienses te darás cuenta de que las plantas te hablan sin hablar. Entiendes cuando te piden más agua, más sol, más sombra o simplemente un cambio de lugar o de abono. Te hablan y, si les haces caso, reaccionan obsequiándote un fruto, una flor o un follaje más tupido y brillante. No demorarás en hablarles de vuelta, decirles cosas bonitas y jurar que te entienden. Creo que en esta vida es importante encontrar lugar para la magia y el absurdo pues, de lo contrario, la existencia se torna aburrida. Esa es otra lección: tienes que aprender a escuchar y a cuidar todo aquello que te hace feliz porque, al hacerlo, te estás escuchando y cuidando a ti mismo. Hay que interesarse por cosas pequeñas para entender que no eres el centro del mundo, sino parte de un todo tan grande que ni siquiera alcanzas a verlo. Y justo llegamos a la última lección: cuando uno habla de plantas no necesariamente está hablando de plantas. A continuación relee y compruébalo.