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Un libro y una beca en Jardín, Antioquia: la historia oculta del verdadero origen del Icetex

Sobre los orígenes de la entidad, que llegó a sus 75 años sumida en una crisis, pero que supo liderar una revolución educativa, se ha contado una historia que oculta injustamente el papel crucial que jugó el municipio del Suroeste antioqueño.

  • Los documentos que soportan esta historia se encuentra en el nutrido Centro Histórico de Jardín. FOTO julio herrera
    Los documentos que soportan esta historia se encuentra en el nutrido Centro Histórico de Jardín. FOTO julio herrera
  • Imagen de Rafael Leonidas Velásquez en publicaciones de Amijardín. FOTO: CORTESÍA CENTRO DE HISTORIA DE JARDÍN
    Imagen de Rafael Leonidas Velásquez en publicaciones de Amijardín. FOTO: CORTESÍA CENTRO DE HISTORIA DE JARDÍN
  • Mariano Ospina, presidente de Colombia entre 1946 y 1950. En 1948, con el país en ruinas, realizó una gira por Antioquia. FOTO: CORTESÍA
    Mariano Ospina, presidente de Colombia entre 1946 y 1950. En 1948, con el país en ruinas, realizó una gira por Antioquia. FOTO: CORTESÍA
  • Gabriel Betancourt Mejía, exministro de Educación y primer director del Icetex. También padre de Ingrid Betancourt.
    Gabriel Betancourt Mejía, exministro de Educación y primer director del Icetex. También padre de Ingrid Betancourt.
02 de noviembre de 2025
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Esta historia buscó espacio en las páginas de EL COLOMBIANO hace casi medio siglo, pero no lo recibió. Me corresponde entonces, casi por azar, firmar lo que es también un desagravio.

Fue doña Olivia Marulanda, presidenta de la Corporación Centro Histórico y Cultural Marco Antonio Jaramillo, quien me la mencionó por primera vez en noviembre de 2024 en la miscelánea final de una conversación de dos horas a punta de tinto en el parque principal de Jardín. Luego pasó casi un año de varios encuentros postergados hasta que tuve al frente a Álvaro Peláez, un ingeniero y parte de la memoria viva de Jardín, que en una bulliciosa mañana de lunes en Medellín se sentó a contarme lo que vio, lo que escuchó directo de los protagonistas y lo que lleva décadas ayudando a recopilar para ver, quizás, la reivindicación que los protagonistas de la historia no vieron.

A finales de 1940 el médico Gabriel Peláez Montoya –tío de Álvaro y fundador del hospital municipal– y Rafael Leonidas Vásquez Rojas –jefe de rentas públicas en ese momento y padre del civismo en Jardín y de cuya mente irremediablemente inquieta surgieron obras y proyectos que parecían imposibles– estaban tomando aguardiente en el bar Cero Cero, al lado de la basílica, cuando se les acercó un muchachito llamado Efrén Colorado, un joven criado en una casita rural que no quería quitarles mucho tiempo, solo contarles que acababa de terminar su primer año medicina en la Universidad de Antioquia y preguntarles si podían tenderle la mano de alguna manera pues no tenía ni siquiera para los pasajes ahora que su tío benefactor, un sacerdote, había muerto dejándolo a la deriva.

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A los fundadores de Amijardín (una especie de Sociedad de Mejoras Públicas) el pedido les arrugó el corazón y les amargó el aguardiente. Primero por su casi obsesiva vocación social. Rafael creía que el civismo era el verdadero partido del pueblo, el que más servía a las causas que necesitaban las personas. Pero, además, porque ese muchacho enruanado y urgido de ayuda era la imagen de una injusticia contra la que habían dado una dura pelea para acabar mediante acuerdo en el Concejo con las llamadas “becas municipales”, la forma en la que politiqueros llamaban a las dádivas y favores que otorgaban a dedo para comprar lealtades. La gota que rebosó la copa había sido el intento del alcalde de la época de cerrar tres colegios rurales dejando a la deriva a 200 estudiantes por supuesta falta de plata, mientras que ocurrían casos como el de un “becado” al que sagradamente le entregaban recursos públicos para su sostenimiento en un instituto en el que, según supieron Gabriel y Rafael, llevaban un año sin conocerle la cara. Y mientras eso pasaba, ahí estaba Efrén con sus bolsillos vacíos y sus méritos académicos pidiendo alguna ayuda.

Imagen de Rafael Leonidas Velásquez en publicaciones de Amijardín. FOTO: CORTESÍA CENTRO DE HISTORIA DE JARDÍN
Imagen de Rafael Leonidas Velásquez en publicaciones de Amijardín. FOTO: CORTESÍA CENTRO DE HISTORIA DE JARDÍN

Sin poderle dar una respuesta inmediata, ambos le pidieron al muchacho buscarlos en un par de días.

Rumiando el asunto, Gabriel le contó a Rafael que en alguna novela, tal vez en La Ciudadela –si la memoria no le fallaba–, había leído la historia de un estudiante de medicina que logró sus estudios con una beca cuyos fondos se renovaban para beneficiar al siguiente estudiante, luego de que el favorecido retribuía los recursos recibidos. Se despidieron con ánimo agrio, y Rafael se encerró en su apartamento a devorar la novela a ver si daba con la idea que le había contado su amigo. Y la encontró. La novela La Ciudadela, fue publicada en 1937 por A.J. Cronin, un médico y escritor británico. Fue una novela atrevida que abordó temas como la salud convertida en negocio y las líneas grises de la ética médica. En el libro –que logró permanecer en las estanterías de la Alemania Nazi y ser uno de los pocos libros británicos leídos en la Unión Soviética– su protagonista, Andrew, consigue una beca en la Universidad San Andrews por tener el mismo nombre, bajo la condición de reintegrar el dinero prestado cuando se recibiera como médico.

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Rafael corrió al otro día al consultorio de Gabriel a contarle que, efectivamente, había hallado la idea en dicho libro, pero que aunque su espíritu idealista lo impulsaba a creer que era la solución perfecta para ayudar a Efrén, su faceta de funcionario público de rentas públicas lo impelía a creer que era inviable.

Ambos se sentaron días enteros, de manera ininterrumpida, para crear el proyecto para la Beca Rotatoria de Jardín, que se convirtió en el Acuerdo 05 del 6 de febrero de 1941.

Los pilares básicos de la beca fueron la universalidad y el mérito. Cualquiera en el pueblo podía acceder sin importar raza, religión o filiación política. Se creó un nuevo órgano dirigido por una junta directiva conformada por un representante del Concejo, uno del colegio de bachilleres del pueblo, otro de Tesorería y el alcalde. Partiendo de la pobreza comprobada de su familia y los méritos académicos y disciplinarios, así como el certificado de ingreso a educación universitaria o técnica, la junta se encargaba de elegir a los beneficiarios asignándoles un puntaje según los requisitos. Los elegidos tenían que validar su derecho a la beca con entrega periódica de resultados académicos enviados directamente por la institución educativa. Una vez recibidos como profesionales o técnicos, comenzaban a pagar el préstamo que iba a un patrimonio cuyo única destinación era financiar estudiantes, unas arcas que tenían una partida fija anual asignada por el Concejo y aportes privados, bajo fiscalización no de la alcaldía sino de Contraloría.

La Beca Rotatoria comenzó con un presupuesto de 30 pesos anuales y Efrén Colorado fue su primer beneficiario, recibiendo auxilio económico durante diez meses al año hasta que cinco años después, al convertirse en médico, no solo comenzó a pagar el préstamo, sino que fue durante gran parte de su vida aportante de esta y otras causas cívicas de Jardín. En los años siguientes, campesinos y jóvenes humildes se convirtieron en doctores, abogados, técnicos agropecuarios e ingenieros gracias a la quijotada de Gabriel y Rafael.

En agosto de 1948, con el país en ruinas cuatro meses después del magnicidio de Gaitán y el Bogotazo, el presidente Mariano Ospina Pérez termina su larga correría por el Suroeste antioqueño en Jardín.

Más de 500 caballos rodearon la comitiva presidencial que recorrió el pueblo presidida por el mandatario conservador, su esposa Bertha Hernández y parte de su gabinete. Ya con el día casi extinto, en una última reunión privada, Ospina, en un ataque quién sabe si de lamento o reproche, confesó que en su largo recorrido por la región había visto mayoritariamente miseria y angustias y preguntó, entonces, si en Jardín había algo que mostrar, algo diferente, excepcional.

El presidente del Concejo, Moisés Rojas Peláez, se apresuró a responderle. Quién sabe si en un ataque de modestia o de nervios le dijo:

“Aquí no hay nada especial, excelentísimo señor. Tenemos suficientes escuelas, dos colegios, un buen hospital en construcción, una casa de huérfanas, el hermoso templo parroquial... En fin. Casi lo mismo que en todas partes...”.

Cuando la conversación se extinguía y con ésta la visita presidencial, alguien en el recinto alzó la voz. Era Rafael:

“Con perdón del señor presidente del Concejo, en este pueblo sí hay una institución educativa originalmente suya, exclusiva y valiosa: la Beca Rotatoria Municipal”.

Mariano Ospina, presidente de Colombia entre 1946 y 1950. En 1948, con el país en ruinas, realizó una gira por Antioquia. FOTO: CORTESÍA
Mariano Ospina, presidente de Colombia entre 1946 y 1950. En 1948, con el país en ruinas, realizó una gira por Antioquia. FOTO: CORTESÍA

Intrigado, el presidente pidió con cierto desespero a Rafael si era posible que le entregaran de inmediato el documento en el que constaba el Acuerdo. Eran las ocho de la noche y la comitiva emprendía su regreso a las nueve en punto. Rafael corrió al archivo del Concejo y arrancó una copia auténtica del documento, allí estaba todo, su mecanismo, su funcionamiento en detalle. El presidente lo atenazó con sus dos manos, se acercó a una bombilla de luz precaria y devoró el documento, luego se lo entregó a su edecán y le encargó con énfasis guardarlo en su carpeta personal y custodiarlo hasta que estuviera en la oficina presidencial en Bogotá. Al fin, el patriarca conservador estaba listo para dar su veredicto del viaje. Salió al balcón de la Casa Campesina frente al pueblo que lo aguardaba. Declaró la beca, literalmente, como un tesoro de Jardín para Colombia y sentenció que el descubrimiento de su descubrimiento “justificaba la agotadora gira presidencial”.

Mariano Ospina creó el Instituto Colombiano de Especialización Técnica en el Exterior mediante Decreto 2586 del 3 de agosto de 1950, cuatro días antes de terminar su mandato. El 22 de octubre de 1952, bajo la dirección de Gabriel Betancourt Mejía, el Icetex comenzó a funcionar enviando a los primeros beneficiarios al exterior.

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Con el desprendimiento y generosidad con que Rafael le entregó el proyecto al presidente, tanto él como Gabriel siguieron en lo sucesivo de lejos el desarrollo del hijo de esa idea, el Icetex. Ni siquiera se interesaron en indagar cómo había promocionado Mariano Ospina el proyecto con el que prometía revolucionar el acceso a la educación superior, tal vez confiados en que el presidente sería claro en reconocer el origen, la cuna del mismo.

Mientras la Beca Rotatoria siguió operando con éxito, Rafael, Gabriel y el nutrido grupo de cívicos de Jardín se entregaron a otros proyectos, como un programa de cirugía tan insólito y atrevido que bien valdría una película (luego contaremos esta historia). Rafael incluso se dedicó a mediados de los 70 a actualizar los componentes de la beca y la intentó convertir en ordenanza para que cada municipio de Antioquia la tuviera. Pero los intereses políticos no dejaron que prosperara.

Entonces algo ocurrió. Por un artículo publicado en EL COLOMBIANO en lunes 13 de septiembre de 1976, que Rafael no dudó en calificar como “cáustico” y de unos “términos y pugnacidad” que no eran impropios repetir, se enteró junto a Gabriel y la gente en Jardín de que dos personajes, antioqueños ambos, andaban disputándose el honor de haber sido “padres” del sistema de crédito educativo: Gabriel Betancourt Mejía y Alberto Bernal Nicholls.

El primero (papá de Ingrid Betancourt), era secretario de Asuntos Técnicos y Económicos de Mariano Ospina para el momento en el que el presidente llegó con el revolucionario proyecto a Bogotá de su correría por el Suroeste antioqueño. Fue ministro de Educación, del 55 al 56, con Gustavo Rojas Pinilla en el gobierno; y luego otra vez del 66 al 68, con Alberto Lleras Camargo. Y fue, además, el primer director del Icetex.

Bernal Nicholls, por su parte, quien reclamaba la “paternidad” del crédito educativo en su artículo “cáustico”, era un reconocido médico y exrector de la Universidad de Antioquia.

En su minuciosa reconstrucción de los hechos que documentó, Rafael dejó claro desde el principio que no tenía interés alguno en restar valor ni mérito a Betancourt, a quien calificó sin ambages como gran impulsor de la educación en Colombia y el principal responsable de la “resonancia mundial” del Icetex, como pionero del crédito educativo para democratizar el acceso a la educación superior de los jóvenes más pobres.

Pero también fue enfático en que no estaba dispuesto a permitir que se despojara a Jardín del honor de ser la génesis de esa revolución en favor de la enseñanza popular.

Gabriel Betancourt Mejía, exministro de Educación y primer director del Icetex. También padre de Ingrid Betancourt.
Gabriel Betancourt Mejía, exministro de Educación y primer director del Icetex. También padre de Ingrid Betancourt.

Lo primero que hizo fue escribirle a Bernal Nicholls adjuntándole toda la documentación que respaldaba su reclamo e invitándolo a contrastarla con la que él tuviera para defender su postura. El resultado fue inapelable: Bernal Nicholls no solo depuso sus intenciones, sino que decidió apoyarlos para robustecer la evidencia que ratificara a la Beca Rotatoria de Jardín como la semilla del Icetex.

La historia oficial que se impuso y que se había repetido hasta ese momento año a año, desde hacía un cuarto de siglo, declaraba que Gabriel Betancourt (nacido en Medellín, pero criado en su totalidad en Bogotá), había recibido apoyo de Coltabaco para hacer su posgrado en la Universidad de Siracusa, en Nueva York en 1942. Que en gratitud por esa oportunidad desarrolló en su tesis el mecanismo para crear el crédito educativo y que estuvo lista en 1944 para terminar sus estudios, tras lo cual retornó a Colombia donde insistió en las altas esferas hasta hacer realidad su tesis convertida en el Icetex.

Raúl comenzó una etapa de cruce de correspondencia enfática, pero siempre cordial y respetuosa con Betancourt. Lo que primero postuló fue lo obvio: que la Beca Rotatoria llevaba tres años funcionando con éxito para cuando Betancourt puso el punto final de la tesis que defendía como la inspiración del Icetex.

Pero no se quedaron ahí. Fueron hasta Nueva York para revisar la tesis, la cual, según hizo constar Rafael en su documentación, revisaron con Bernal Nicholls y concluyeron que no guardaba relación directa con el tema en disputa que era la construcción del mecanismo del crédito educativo.

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Pero, además, estaba otro hecho que era ineludible: el documento que Mariano Ospina se llevó para Bogotá con un entusiasmo casi febril. ¿Es realmente admisible pensar que el presidente no discutió en algún momento este proyecto que cayó en sus manos con su secretario de Asuntos Técnicos y Económicos y destinado a ser el primer director del revolucionario instituto que dio vida mediante decreto, un hombre que además venía precedido por la fama de ser autor de tan encumbrada tesis que versaba sobre el mismo tema? ¿Se embolató el proyecto, el presidente simplemente olvidó por completo el que consideró como un “tesoro” después de leerlo? La respuesta queda a juicio del lector.

El caso es que en el cruce de correspondencia, finalmente llegó el reconocimiento de Betancourt.

“(...) Me sorprendí –le digo sinceramente– al darme cuenta de la existencia oficial de este crédito educativo, antes de abril de 1948; pues, créame, que en aquel entonces, cuando yo dicté la Resolución #67, no tenía noticias de la obra de ustedes en Jardín; ni en la Gobernación de Antioquia hubo quien me ilustrara o me informara de que aquello se estuviera haciendo en parte alguna del Departamento”.

Y continuó: “Mi sorpresa fue más que todo por la coincidencia, tan abundante, en un tema que hasta esa década de los años 40, a nadie se le había ocurrido tal idea, y yo le repito que no tenía conocimiento de lo que ustedes estaban haciendo allá. Yo había sostenido, hasta por la prensa, que había sido el iniciador de tal plan que revolucionó los sistemas educativos, con la creación del ‘fondo permanente para becas’, pero hoy reconozco que estaba equivocado y que fueron ustedes los creadores de tan interesante sistema”.

En la esclarecedora carta, sin embargo, Betancourt se sostuvo en que el Gobierno le “copió” a él como autor de la mencionada Resolución 67 (hablaba de financiación pública a instituciones técnicas) y no a la Beca Rotatoria para promulgar el decreto que dio vida al Icetex.

“Esta carta se la escribo en honor a la verdad porque yo también estuve mucho tiempo en pos de ella y sé lo que mortifica la injusticia. Hoy declaro que no fui yo sino ustedes los iniciadores del crédito educativo; pero sí le repito que nunca antes de hoy tuve conocimiento de que ya otros habían puesto en práctica dicho crédito y por eso alegaba su paternidad y hoy reconozco que estaba en un error”, admitió al finalizar su misiva Betancourt.

Rafael intentó por años que Jardín tuviera en todo esto el lugar que le correspondía. Con la profusa evidencia que tenía escribió una serie de siete artículos que publicó en las páginas de Amijardín, tocó las puertas de EL COLOMBIANO pero recibió una respuesta frustrante: “no queremos meternos en líos”, tal como dejó constancia en sus escritos.

El reconocimiento que Gabriel Betancourt hizo en privado nunca se hizo abiertamente. Antes de finalizar los 70, como un hábil gesto de desagravio simbólico, fue contratado el artista sonsoneño Pablo Jaramillo para realizar en el nuevo edificio del Icetex en Medellín un mural en cerámica de 40 metros que recreó cientos de flores, un homenaje cifrado a Jardín en su papel en la existencia del Icetex. Rafael, Gabriel Peláez, mi narrador y decenas de jardineños estuvieron en la inauguración.

Infográfico
Un libro y una beca en Jardín, Antioquia: la historia oculta del verdadero origen del Icetex

Al final del relato, Álvaro me reiteró lo mismo que aclararon por años Rafael y su tío Gabriel, nunca se trató de búsqueda de vanagloria ni de ánimo de confrontación y polémica. Simplemente, la necesidad de ponderar los hechos, la historia. Todo cuanto aquí se ha dicho consta en el rico Centro de Historia de Jardín –uno de los más robustos que exista en algún municipio de Antioquia y quizás del país– gracias al devoto ejercicio de protección de su memoria que han hecho.

Quizás no tenga ninguna importancia práctica hablar de los orígenes de una entidad que acaba de cumplir 75 años sumida en una crisis. Pero tal vez en unos años, por alguna razón, alguien se interese por cómo surgió la idea que hizo posible que millones de personas accedieran a estudios superiores en Colombia y encuentren algo relevante en esta historia.

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