Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com
El hombre indignado pidió que cancelaran su pedido de inmediato. No estaba dispuesto a soportar más la espera. No significó ningún sacrificio económico para elegir su comida del menú ni estaba pidiendo descuentos como para que lo trataran de esa manera. Aunque los precios eran altísimos, eran consecuentes con el restaurante, uno de los más costosos y reconocidos. Muchos clientes reservaban su sitio con meses de antelación. Sobre todo, aquellos que venían de diferentes partes del mundo, como él.
Hizo el cálculo y ya casi completaba una hora y media desde que tomaron su orden. Lo que más le indignaba es que en la mesa de al lado ya todos estaban comiendo y habían llegado más de media hora después. Escuchó, incluso, a uno de ellos afirmar que era amigo del gerente, como si eso hiciera que su plata valiera menos, pensó. Se sentía humillado.
El mesero a su cargo, en lugar de excusarse, argumentó gentilmente que era comprensible su malestar, pero que al ser una orden especial, la estaba preparando el propio chef jefe, el principal. Un privilegio excepcional. Incluso, bajando la voz e inclinándose para ser discreto, le confesó que la mayoría de los platos de las otras mesas fueron preparados por estudiantes en prácticas, porque los cocineros de planta también estaban trabajando en su orden. Por eso les sirvieron primero.
Se sentó. No estaba menos molesto, pero sí intrigado, mientras miraba la copa llenarse del finísimo vino “cortesía de la casa” que le fue ofrecida. Se calmó y espero pacientemente.
La sorpresa fue mayor. 6 meseros llegaron antes de terminar su copa a servirle. Pensó que era demasiado para lo que había pedido. En la otra mesa, todos miraban con sorpresa. Incluso, sacaban sus teléfonos para grabar el momento. El “amigo” del gerente quedó atónito, al notar que no era “él” sino “la”.
La gerente había reconocido cuando entró a su viejo amigo con quien estudió en la escuela de negocios años atrás. Habían perdido contacto, pero solo tenía buenos recuerdos a su lado. Para sorprenderlo, ordenó cambiar su comida a la experiencia cinco estrellas. La más cotizada del restaurante. ¡Así es la vida!
La paciencia es un privilegio que te brindas cuando la vida te tienta a forzar lo que aún no encaja, a empujar puertas que se sienten cerradas solo por la incertidumbre de esperar un poco más. El afán es hijo del desespero y no de la claridad. Respira antes de precipitarte. Date ese segundo para no reaccionar desde la angustia porque tu paciencia no te está haciendo perder el tiempo sino devolviéndotelo.
Ella tiene la virtud de prepararte para reconocer el instante en el que, por fin, todo empieza a tener sentido. Recuerda siempre que la vida sin paciencia es un rechazo a la totalidad de tu experiencia en este mundo. Es resignarte a una pequeña percepción fragmentada de la realidad que añoras pero que aún no llega. La paciencia es una inversión de confianza en el tiempo. Mantén la calma y bebe el vino del presente.