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Pero entonces salta la hipocresía. Ante la consigna de defensa democrática es evidente los silencios y las complicidades de algunos de los asistentes con los regímenes antidemocráticos de Cuba, Nicaragua o Venezuela.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
La reunión de cinco presidentes progresistas en Santiago de Chile bajo la consigna de defender la democracia —y detener lo que consideran la derecha más rancia— terminó por ser un lánguido encuentro con fotografías de rostros sonrientes y declaraciones generalistas. Lula (Brasil), Petro (Colombia), Orsi (Uruguay) por América Latina y Sánchez, el español, se encontraron con Gabriel Boric para firmar una serie de compromisos que suenan redundantes a su labor como presidentes. Quieren luchar contra el crimen organizado, defender los derechos humanos, buscar alternativas ante la desinformación de sus ciudadanías y hacer eco de la enorme amenaza que representa el cambio climático. Todo está en riesgo, dicen. El mundo es una telaraña de incertidumbre. Es cierto. Pero también es verdad que esa reunión bien pudo ser un mail.
Lo evidente —aun cuando el paraguas institucional era defender a la “Democracia siempre”— es que estos foros juegan más como una apuesta individual que busca réditos de política interna para cada uno de los asistentes. Al mostrarse como parte de un grupo que se respalda mutuamente, los presidentes quieren enseñar un liderazgo global del que, en la mayoría de los casos, carecen al interior de sus fronteras. Ante las críticas que se escucharon por la conferencia, el anfitrión Boric insistió en que es apenas el primer paso para algo más grande.
La imagen de cierre de la reunión mostró un quinteto que, aunque sonriente, no pasa por un buen momento. A excepción del uruguayo, los cuatro restantes están cerca del fin su mandato y atraviesan unas tormentas políticas internas que limitan su proyección internacional. Sánchez y Petro son, sin duda, los más complicados y el viaje y las palmaditas en la espalda son una bocanada de aire para ellos en medio de su realidad nacional agobiante.
Pero entonces salta la hipocresía. Ante la consigna de defensa democrática es evidente los silencios y las complicidades de algunos de los asistentes con los regímenes antidemocráticos de Cuba, Nicaragua o Venezuela. Si bien es cierto que la mayoría de los gobernantes asistentes a Santiago han sido críticos con las derivas autoritarias de Caracas o Managua —no incluir ahí a Petro y a su gobierno con sus ambiguas declaraciones—, no se registró una sola línea en este encuentro que condenara lo que ocurre con los autoritarismos de izquierda. No puede ser entonces que solo se marquen los atentados a la libertad del otro lado del espectro.
Siempre tendrá que aplaudirse un espacio que luche por la democracia. No se puede caer, sin embargo, en la inocencia de creer que los objetivos de estos encuentros son únicamente aquellos que los participantes hacen públicos. No se puede aceptar, tampoco, que, en medio de la crisis de libertad tan profunda que vivimos, aquellos que se llaman a la vocería para defender la pluralidad, insistan en marcar las amenazas solo de un sector. Esto, lejos de ayudar, profundiza las grietas políticas que nos trajeron hasta este puerto.