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Sobre entropías rápidas

hace 1 hora
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Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com

Estación Descomposición, a la que llegan los confusos que a todo dicen que sí para ver si ganan por cansancio, los que dicen una cosa y no entienden qué dijeron, los que tratan de remendar huecos más grandes que la tela que van a usar para el remiendo, los que no aciertan enhebrando y le echan la culpa a la aguja, los que tienen pesadillas y las dan como revelaciones, los que argumentan jugando a un ajedrez que usa piezas que no son, los que desordenan y tratan de ordenar parándose encima del desorden, los que suben un escalón y bajan dos, los que dicen que tocan el teclado y lo cogen a martillazos, los que haciéndose los que bailan quedan clavados en el piso, los que buscan desesperadamente con quien hablar porque, solos, ellos mismos se persiguen. Y, en este escenario, como en una película de Federico Fellini, los actores tienen las caras repintadas, los diálogos son absurdos, las ilusiones se envuelven en tenedores que no impiden que los espaguetis caigan sobre la servilleta que llevan al cuello y los movimientos son incómodos porque la mesa es corta y en cada asiento hay dos o tres, todos comiendo encima de una cuerda floja.

Ettore Scola, director de cine italiano que se caracterizó por hacer películas en espacios cerrados (Una giornata particolare, La cena, El baile) mostraba que lo que allí sucedía no era más que un enorme proceso de entropía (llegar a un proceso de destrucción que compromete a dos o más) en el que los espectadores acababan con el estómago vacío. Pasa lo mismo con la novela de Don DeLillo, Ruido de fondo, en la que los individuos están tan llenos de información que no hay lugar para pensar sino para cometer errores y lucirlos como lo máximo logrado. Y ahí vamos, montando en trenes de papel.

Las democracias fallidas, las economías especulativas, la verdad temida, la justicia desequilibrada se han envilecido de tal manera que ya es la escoria que furiosamente relata Isaac Bashevis Singer en su libro homónimo. Perdidos los valores morales (las costumbres buenas), la inteligencia que calcula para evitar problemas, los principios que demuestran que la codicia todo lo destruye, no queda más que asistir a una entropía acelerada que más parece un cuadro abstracto pintado por un chimpancé emocionado mezclando colores de cualquier manera y usando los pinceles para rascarse las orejas.

Acotación: es claro que hay que aplicar una retrotopía de inmediato (volver al punto en que estábamos bien) para que el andamiaje en el que nos movemos y tiembla no se caiga. Y en este regreso necesario, poner en los puestos claves a los mejores en conocimiento, decencia y carencia de egolatrías. Si esto no pasa, la entropía, como esa serpiente que se muerde la cola, nos habrá tragado y seremos un punto suelto y en ninguna parte.

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