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Emilio Tapia: la historia de una infamia

A Emilio Tapia en alguna ocasión le oyeron decir en privado: “Al menos no he matado a nadie”. Como si a punta de corrupción no estuviera destruyendo algo tan sagrado como es la confianza de la sociedad en sus gobernantes.

20 de abril de 2025
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  • Emilio Tapia: la historia de una infamia

Si Emilio Tapia hubiera pagado la condena que le impusieron en 2015 por corrupción en el llamado cartel de la contratación de Bogotá, todavía estaría hoy encerrado en la cárcel por el daño que le hizo a la sociedad. En ese entonces le aplicaron 17 años de prisión, es decir, tendría que estar tras las rejas hasta el 2032, sin embargo, por haber “colaborado” con la justicia, por haber echado al agua a los primos Nule y a los hermanos Moreno Rojas, y gracias al sistema judicial tan manguiancho que tenemos en Colombia, lo dejaron en libertad mucho antes de ese plazo final.

Pero no fue solo esa vez. Tapia, que había armado todo el engranaje criminal para dar mordidas del 15% a multimillonarios contratos en la alcaldía de Samuel Moreno, se demoró más en salir de la cárcel que en armar un nuevo tinglado para robarse otro botín, ya no solo de los bogotanos, sino algo igual o peor: los recursos con los que el país pensaba ponerles internet a niños y jóvenes campesinos en las escuelas y colegios rurales.

La justicia lo pilló por segunda ocasión y lo condenó esta vez a seis años y ocho meses de cárcel. Pero, así como repitió condena, también repitió “operación escape”: otra vez tuvo la “suerte” de que lo dejaran salir antes de completar una condena que de por sí parecía suave tratándose de un reincidente. Un juez de Barranquilla le otorgó hace pocos días el beneficio de casa por cárcel luego de haber cumplido 48 meses en prisión y de devolver $2.500 millones de lo robado. Es decir, pagó menos de un cuarto de la condena y devolvió una fracción de la plata que malversó.

Y eso no es todo. Cuando pescaron a Tapia con las manos en la masa de Centros Poblados –el nombre del escándalo del contrato del internet para las escuelas y colegios rurales–, el cordobés estaba comprando en Llanogrande una casa para ubicarse cerca de Medellín, donde también parecía estar moviendo los hilos del bajo mundo de la contratación durante la alcaldía de Daniel Quintero. ¿En cuántos casos de corrupción habrá podido participar Emilio Tapia? ¿Cuántos más no le han descubierto?

Al leer la razón por la que el juez en los últimos días lo sacó de la cárcel no sabe uno si reír o llorar: “La evaluación de arraigo familiar y social del señor Emilio Tapia Aldana demuestra que cuenta con una estructura de apoyo robusta que favorece su reintegración a la sociedad”. Dicho en otras palabras, si tiene papá, mamá y hermanos, o esposa e hijos, lo sacan de la cárcel, pero si no tiene la dicha de una familia se queda en prisión. ¿De dónde habrá salido esa lógica tan extraña? ¿Es que acaso los que tienen familia constituida no delinquen? ¿O es que quienes no gozan de una familia no tienen el mismo derecho de acceder a la libertad?

A Emilio Tapia en alguna ocasión le oyeron decir en privado: “Al menos no he matado a nadie”. Como si a punta de corrupción no estuviera destruyendo algo tan sagrado como es la confianza de la sociedad en sus gobernantes, la confianza en las instituciones y la posibilidad de contar con los recursos necesarios para brindar bienestar a millones de personas.

La novedad ahora, en el caso de Emilio Tapia, además, es que durante su estadía en prisión entabló una relación sentimental con la representante a la Cámara Saray Robayo. Curiosamente, un par de días después de que ambos anunciaran en redes sociales el nacimiento de su hija, la semana pasada, fue cuando se produjo la libertad de Tapia.

¿Qué tanta libertad están teniendo los presos en Colombia como para que Emilio Tapia haya logrado conquistar desde la prisión el corazón de una representante? ¿Hasta qué punto se ha normalizado la corrupción en ciertos sectores políticos, para que la congresista no muestre ningún pudor a la hora de convertirse en pareja de quien ha saqueado una y otra vez el erario público?

Seguramente habrá quienes dirán que se trata del resorte íntimo de los implicados, y algo de eso hay que proteger. Pero también es cierto que la representante al ostentar un cargo de representación y de elección popular debe responder al escrutinio público. ¿Será que la congresista tiene autoridad para hacer leyes si ha decidido unir su vida con alguien que las ha roto de manera tan descarada?

Tapia no solo ha sobrevivido a cuatro condenas, sino que parece haber desarrollado una capacidad especial para ponerse el Estado de ruana: no han sido pocos los escándalos en la cárcel por los privilegios que logra –pasó cuando estuvo preso por el cartel de Bogotá, y también el año pasado la Procuraduría pidió investigar las misteriosas salidas de Tapia de prisión en una camioneta blanca–. Y ahora, con la libertad que logró a pesar de ese mal comportamiento, demuestra que él es capaz de echar los dados a la justicia y ganarle cuántas veces se proponga.

Al fin y al cabo, parece que la plata que acaparó de todos los colombianos le ha rendido: suele llevar vida de nuevo rico: ha usado avionetas privadas para moverse, le gusta darse lujos como los caballos e incluso pidió que su hija naciera en Estados Unidos.

En Colombia estamos en mora de hacer una transformación más profunda para cambiar la forma de pensar de las nuevas generaciones, de manera que robarle al Estado no se vuelva paisaje. Desde las escuelas, sin duda: que los niños vuelvan a estudiar los fundamentos del Estado, de por qué tenemos que pagar impuestos y por supuesto por qué esos recursos son sagrados. Debemos crear conciencia para que haya una fuerte sanción social a los corruptos. Para que robarle al Estado no pague.

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