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¡En manos de quién está Colombia!

Un mandatario que dependa de una sustancia —cualquiera que esta sea— es susceptible al chantaje, la manipulación y la pérdida de autonomía en la toma de decisiones.

hace 6 horas
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  • ¡En manos de quién está Colombia!

Si al Gustavo Petro que decidió meterse a la guerrilla hace 50 años para combatir un orden establecido que él consideraba injusto, le hubieran anticipado en lo que se iba a convertir él mismo medio siglo después, es probable que no sería capaz de soportar su destino.

El libreto de esta historia tiene todos los ingredientes de una verdadera tragedia griega: érase una vez un joven que compró el paquete completo de la rebeldía de los años 70, le dedicó su vida a esa lucha, y cuando logró lo que muy pocos alcanzaron –sobrevivir a las guerras y llegar al poder–, no ha sabido cómo manejar ese poder, por el contrario le ha dado tres vueltas y lo ha convertido en un ser solitario y decadente.

Al menos eso da a entender el terremoto político que ha sacudido al país en las últimas 48 horas. Se han conocido dos noticias que muestran un giro altamente preocupante en la personalidad de Gustavo Petro: la primera, la revelación de que se sometió a una cirugía plástica, y la segunda, la carta que publicó el excanciller Álvaro Leyva en la que revela que, en un viaje oficial a París, fue testigo de primera mano de la adicción a las drogas del Presidente.

Lo de la cirugía plástica es más inquietante de lo que muchos quieren admitir. Cualquier persona que esté al frente de una gran responsabilidad, como es dirigir a un país tan complejo como el nuestro, necesita estar alerta y con todos sus sentidos puestos en crear las estrategias necesarias para sacarlo adelante. El solo hecho de que Petro haya tenido tiempo para pensar en una cirugía plástica, y le haya sacado un espacio en su agenda para hacer algo tan banal, da cuenta de lo poco sintonizado que está el mandatario con las necesidades apremiantes del país.

Esa decisión de intentar verse más joven, si bien es legítima en cualquier persona, en el caso de Petro deja un aliento de que habría una distorsión de su identidad: el Petro que sus cercanos decían que vivía como un franciscano, que poco le importaban el mundo y sus veleidades, evidentemente se ha transformado en otra persona: no se le ha visto grado de frivolidad o vanidad igual a gobernantes defensores a ultranza del capitalismo, que lo han antecedido.

Si Petro fue capaz de dejar a un lado principios con los que construyó su historia política, ¿qué será capaz de hacer hoy? ¿A qué debe atenerse el país?

El segundo tema es igual de perturbador. Álvaro Leyva confirmó en una carta dirigida a Gustavo Petro que fue testigo de la adicción a las drogas del Presidente: “Fue en París donde pude confirmar que usted tenía el problema de la drogadicción”. Y puntualizó: “Me apena decirlo hoy –tarde ciertamente–, pero por esa época ya tenía conocimiento de episodios suyos de similar comportamiento”. Con el agravante de que, según él, Petro seguiría enredado en su adicción: “Lo cierto es que nunca se repuso usted. Es así. Su recuperación lastimosamente no ha tenido lugar”.

Si es cierto lo que dice Leyva, que un país esté en manos de un adicto a las drogas puede ser una situación de extrema gravedad. No es un tema menor, ni hace parte solamente del resorte íntimo del gobernante. Algunas drogas pueden inducir delirios paranoides (como creer que está siendo perseguido o vigilado) o ideas de grandeza. Estos trastornos comprometen la capacidad de juicio, la toma racional de decisiones y la conexión con la realidad.

El país debe prestarle especial atención al tema, y dilucidar si es cierto lo que dice Leyva, porque un mandatario que depende de una sustancia —cualquiera que esta sea— puede ser objeto de chantaje y manipulación.

Quien ha vivido con un adicto sabe que es capaz de hacer lo que sea por adquirir y usar su droga. ¿Hasta qué punto el hecho de que Armando Benedetti sea hoy el gran coequipero del presidente Gustavo Petro tiene que ver precisamente con esa situación? ¿Acaso Petro ha quedado atrapado entre Benedetti –a pesar de sus investigaciones en la Corte Suprema– y Hollman Morris –a pesar de sus cuestionamientos por acoso laboral y violencia intrafamiliar–, por esa condición que revela Leyva?

Otra característica de los adictos es que tienden a poner a un lado a quienes han sido sus amigos y aliados más leales para conectarse con otras personas en su misma situación de dependencia. ¿En qué medida la purga que aplicó Petro tras el primer consejo de ministros televisado tuvo algo que ver con su necesidad de defender a Benedetti sobre figuras del petrismo?

El Código Disciplinario consigna como falta del servicio público el consumir sustancias prohibidas siempre y cuando afecten el ejercicio del cargo.

Podríamos comenzar a revisar, por ejemplo, episodios como el ocurrido el 26 de enero, el famoso mensaje en X a las 3:30 de la madrugada, tras el cual a Colombia le ha tocado pagar desde ese día hasta hoy más de 12 vuelos con deportados desde Estados Unidos. Según la carta de Leyva, cabe la pregunta: ¿Petro escribió ese trino en sano juicio o bajo el efecto de las drogas?

¿Qué puede hacer Colombia? Este episodio revela una necesidad urgente: blindar las instituciones frente a los vaivenes personales de quienes las lideran. Y, sobre todo, descubrir cuál mecanismo ético y jurídico puede permitir evaluar, sin escándalo ni persecución, la idoneidad de quienes ocupan los más altos cargos del Estado.

Es hora también de que la Comisión de Acusaciones de la Cámara dé un debate reposado y serio sobre si Petro tiene un problema de indignidad para estar en el cargo o no.

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