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En Colombia, el 45 % de los estudiantes enfrenta afectaciones emocionales: causas, señales y soluciones

El estrés, la ansiedad y la presión académica están alterando la forma en que los estudiantes aprenden, conviven y se proyectan al futuro, según recientes estudios. Por eso, expertos advierten que cuidar la salud mental debe ser una prioridad dentro de las aulas.

  • El aumento del estrés y la ansiedad en las aulas está afectando la concentración, la motivación y el bienestar emocional de miles de estudiantes en Colombia, según UNICEF y especialistas en salud mental escolar. FOTO Depositphotos
    El aumento del estrés y la ansiedad en las aulas está afectando la concentración, la motivación y el bienestar emocional de miles de estudiantes en Colombia, según UNICEF y especialistas en salud mental escolar. FOTO Depositphotos
hace 19 minutos
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En Colombia, las cifras sobre la salud mental infantil ya no pueden leerse como un dato más, pues casi la mitad de los niños y jóvenes del país —el 44,7 %, según Unicef (2024)— presenta algún tipo de afectación emocional, mientras que más de un 35 % de los estudiantes de secundaria admite vivir con altos niveles de estrés escolar. Y esto es preocupante porque revela una realidad poco visible: una generación que aprende con ansiedad, duerme poco y teme no ser suficiente.

Lea también: El 44% de los niños y niñas en Colombia muestran indicios de trastornos mentales

“La ansiedad no toma vacaciones”, dice a EL COLOMBIANO Natalia Cortés, psicóloga escolar y docente de Emociones en equilibrio del Colegio Monterrosales Homeschool. Lo ha visto en silencio desde su consultorio: “Cuando un joven enfrenta entornos poco favorables en las aulas, las afectaciones trascienden a todas las esferas de su vida. El estrés puede volverse crónico y desencadenar problemas de sueño, aislamiento y pérdida de autoestima”.

Y es que el aula, que debería ser un espacio de crecimiento, se ha convertido para muchos en un lugar de presión constante. Cortés explica que esta sobrecarga emocional no surge de la nada, sino que responde a tres factores estructurales que hoy sostienen un modelo educativo desbalanceado. La rigidez horaria, el temor a la exclusión y el conflicto entre la exigencia académica y los intereses personales forman el triángulo perfecto para el agotamiento.

Ahora bien, reducir la presión, tal y como lo explica, no equivale a bajar la calidad, “equivale más bien a cambiar el enfoque y la forma de enseñar. Los estudiantes aprenden más y mejor cuando se sienten tranquilos, escuchados y seguros”. En su experiencia, los colegios que han empezado a flexibilizar tiempos y formas de evaluación notan mejoras sostenidas en la concentración, la empatía y la disposición a aprender.

El estrés sostenido, en cambio, deja huellas profundas. “Hoy vemos estudiantes que cumplen con todo y disfrutan poco. Jóvenes brillantes que viven con miedo a fallar, con la sensación constante de no ser suficientes”, cuenta Cortés. Así que lo que antes se celebraba como disciplina, ahora empieza a reconocerse como un síntoma de agotamiento, algo que también respalda la evidencia científica con el estudio The Relationship Between Stress, Academic Motivation and Memory, publicado este año por la revista Behavioral Sciences, en el que se concluye que el estrés académico sostenido afecta directamente la motivación, la concentración y la memoria de los estudiantes.

El colegio Monterrosales ha incorporado clases de Emociones en equilibrio dentro del horario regular. Allí los estudiantes hacen pausas activas, ejercicios de respiración y hablan abiertamente de cómo se sienten antes de una evaluación. “No se trata de una charla aislada, se trata de integrar el bienestar dentro de la clase. Aprender implica cuidar la mente. Cuando los estudiantes desarrollan su inteligencia emocional, mejoran la concentración, la empatía y la capacidad de disfrutar lo que aprenden”.

Entérese de más: Terapia cognitivo conductual para la salud mental en niños y jóvenes

Esta mirada coincide con la Política Nacional de Salud Mental 2024-2033, que propone integrar la prevención y la atención primaria en todos los niveles educativos. Cortés considera que su aplicación debe comenzar desde la formación de los docentes, en universidades y escuelas normales, donde se puedan fortalecer las competencias emocionales del profesorado, ya que cuando un maestro aprende a reconocer señales tempranas de ansiedad, tristeza o agotamiento en sus estudiantes, se vuelve posible intervenir a tiempo y evitar que esas afectaciones se profundicen.

Sin embargo, el cambio no depende solo del aula. La psicóloga insiste en que “la salud mental requiere una alianza real entre escuela y familia. A veces los padres aumentan la presión por querer que sus hijos destaquen, pero eso puede afectar su equilibrio emocional”. De ahí la necesidad de que ambos contextos —hogar y colegio— hablen el mismo lenguaje del autocuidado y pongan el bienestar por encima de la perfección.

Por todo esto, el desafío es mayúsculo: transformar la idea de éxito académico para que el bienestar deje de ser una nota al pie. En palabras de Cortés, “la calidad educativa se mide en la tranquilidad y motivación de quienes aprenden. Cuando un joven logra sentirse bien consigo mismo, recupera la curiosidad y la capacidad de soñar con su futuro”, concluye.

Factores que alimentan el estrés escolar, en detalle

Según la psicóloga escolar consultada por este medio, la sobrecarga emocional que viven los estudiantes no es un problema individual, sino el reflejo de un modelo educativo que aún prioriza el rendimiento sobre el bienestar. Estas son las tres causas estructurales más comunes:

1. Rigidez horaria: los colegios mantienen jornadas extensas y homogéneas que ignoran los distintos ritmos de aprendizaje. La falta de flexibilidad impide que los estudiantes gestionen su tiempo y descansos de forma saludable.

2. Temor a la exclusión: el miedo a ser rechazado por diferencias académicas, sociales o personales sigue presente en las aulas. Casos de bullying o discriminación por origen, religión o capacidad generan ansiedad y aislamiento.

3. Conflicto de intereses: la exigencia académica suele chocar con los talentos artísticos o deportivos de los jóvenes. La presión por cumplir con el currículo formal obliga a muchos a renunciar a sus pasiones, aumentando el malestar emocional.

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